El racismo en el fútbol español. Una aproximación histórica

El racismo en el fútbol español. Una aproximación histórica

Fecha: diciembre 2024

Carles Viñas*

Fútbol, Racismo, España

Panorama Social, N.º 40 (diciembre 2024)

En la actualidad, el deporte sigue siendo escenario de episodios de racismo. Este artículo examina el racismo en el fútbol ofreciendo una aproximación histórica. A través del análisis de incidentes y estrategias, se aborda su génesis y evolución, dirigiendo la atención hacia jugadores, técnicos y espectadores. También se exploran sus implicaciones sociopolíticas y se evalúan las medidas e iniciativas adoptadas para contrarrestar el racismo en esta disciplina deportiva. Así, se ofrece una perspectiva integral que contribuye a la conciencia crítica en torno al rol del fútbol en la sociedad, destacando la necesidad de afrontar el racismo a nivel social.

1. INTRODUCCIÓN

Para analizar la emergencia y evolución del racismo en el deporte es necesario situarlo en un contexto histórico más amplio. En España la religión fue un agente determinante de las relaciones etnosociales durante siglos (Del Olmo, 2009: 125). Durante la Baja Edad Media y la Era Moderna se fue conformando un corpus doctrinario que percibía, por ejemplo, a los moriscos como una entidad extraña que había fracturado la unidad católica de España. Las políticas de limpieza de sangre de la Monarquía hispánica, que discriminaban a los conversos (judíos y musulmanes convertidos al cristianismo), establecieron un precedente de exclusión y marginalización.

Tampoco se pueden obviar las persecuciones a los romanís iniciadas durante la época de los Reyes Católicos mediante la Pragmática de 1494. Más allá de este primigenio antigitanismo, en los siglos XVI y XVII, la expansión colonial española abrió el camino a las actitudes racistas modernas, al iniciarse un periodo en el que se estableció una jerarquía racial basada en la pureza de sangre. Tanto los indígenas americanos como los africanos esclavizados fueron sometidos a una explotación en la que los abusos y los maltratos eran comunes.

A finales del siglo XIX empezaron a divulgarse las teorías etnorracistas genéticas que influyeron a una determinada intelectualidad que, a su vez, contribuyó a su difusión. Posteriormente, el discurso ultranacionalista emergente tras la eclosión del fascismo explotó los prejuicios raciales y el antisemitismo. Durante la dictadura franquista, el régimen promovió una visión homogénea de la identidad española que excluía a las minorías nacionales, étnicas y raciales. Por ejemplo, la aplicación de la Ley de Peligrosidad Social de 1942 permitió seguir persiguiendo, entre otros, a los gitanos.

Más allá de esta aproximación sintética para contextualizar históricamente los precedentes del racismo en España, expongo, a continuación, la evolución del racismo en el fútbol español, desde los primeros episodios hasta su eclosión y expansión con el surgimiento de los grupos de aficionados radicales. Exploraré las distintas formas de racismo en los estadios, así como los casos más notorios que le otorgaron proyección mediática, de los que se derivó la puesta en marcha de estrategias desde el ámbito institucional y federativo. Y, finalmente, se abordarán aquellas iniciativas, a menudo ignoradas, puestas en práctica por colectivos de hinchas. Se proporcionará así una visión panorámica de la evolución del racismo en el fútbol español que permitirá evaluar cómo se ha afrontado, así como la eficacia de las medidas implementadas.

2. EVOLUCIÓN DEL RACISMO EN EL FÚTBOL ESPAÑOL

Durante el régimen franquista, disciplinas como el fútbol, el baloncesto y el atletismo se promovieron con el fin de demostrar la superioridad y la homogeneidad de la nación española. La participación de atletas de origen no europeo fue limitada y, en muchos casos, activamente desalentada. El fútbol, el deporte más popular en España, fue un claro ejemplo de estas prácticas. Los clubes, controlados por la Administración del Estado, tenían límites a la contratación de jugadores extranjeros, especialmente aquellos de origen africano o latinoamericano, que no se ajustaban a la imagen idealizada del atleta español. Esta exclusión se justificaba a menudo con argumentos sobre la necesidad de preservar la "pureza" del deporte patrio.

Desde su aparición a finales del siglo XIX, el fútbol español contó con clubes en cuya fundación participaron foráneos. No obstante, los primeros episodios de racismo, aislados dada la escasa presencia de jugadores extranjeros, tuvieron lugar en la década de los cincuenta, como los que sufrió el marroquí Larbi Ben Barek cuando era jugador del Atlético de Madrid (Rodríguez Moya y Arellano, 2019: 47-52). Posteriormente, en los años sesenta y setenta, la proliferación de futbolistas sudamericanos desembocó en la moda de los oriundos, una argucia legal utilizada por los clubes para vincular sus fichajes con algún pariente lejano de origen español, evitando así que ocupara plaza de extranjero. La permisividad de dicha práctica favoreció la llegada de un mayor número de futbolistas latinoamericanos.

En la década de los setenta, España comenzó a abrirse a otras influencias. En aquella década recalaron jugadores negros como el gambiano Alhaji Momodo Njile, contratado por el Sevilla en 1973. Otro caso fue el británico Laurence Cunningham, traspasado en 1979 por el West Bromwich Albion al Real Madrid. El delantero inglés, víctima de abusos raciales en su país (Kavanagh, 2023: 121-156), también sufrió acosos similares en España cuando fue increpado por un aficionado sevillista al grito de “inferior” (Rodríguez Moya, 2012: 73-124). También soportó cánticos racistas el guardameta camerunés Thomas N’Kono durante su etapa en los años ochenta en el RCD Espanyol. Un hecho similar al que padecieron años más tarde otros porteros, como Jacques Songo’o del RCD La Coruña y Wilfred Agbonavbare del Rayo Vallecano, que recibió insultos como “negro, cabrón, recoge el algodón”.

La incorporación de futbolistas negros fue ampliándose en paralelo a las transformaciones que sufrió el mercado futbolístico tras la irrupción de canales privados de televisión o la aplicación en 1995 de la conocida como sentencia Bosman, que permitió a los jugadores de la Unión Europea cambiar de club al finalizar su contrato sin pagar ninguna compensación por ello. La llegada de las plataformas televisivas significó grandes emolumentos para los clubes, que sirvieron para contratar a una larga nómina de jugadores extranjeros. Esto se hizo evidente en la composición de unas plantillas integradas por futbolistas africanos originarios de Cabo Verde, Gambia, Ghana, Costa de Marfil, Marruecos, Nigeria, Sudáfrica o Zaire entre otros. Este mayor flujo transformó la naturaleza de los insultos racistas y se dio en paralelo al incremento de su número, al coincidir con la propagación de los grupos de hinchas radicales. Estos colectivos percibían esta transformación como un indicativo de los cambios que acontecían en la sociedad española. Como apuntaba un miembro de Ultras Sur: “Lo que está sucediendo en el fútbol es un reflejo de lo que tarde o temprano sucederá en otros ámbitos de nuestra sociedad, que, si no se pone remedio, se verá invadida por una legión de extranjeros, que lo único que conseguirán es que España pierda su identidad y muchos españoles pierdan su puesto de trabajo” (Ultras Sur, 1997: 22).

3. LOS GRUPOS RADICALES COMO ALTAVOZ DE UN RACISMO ESTRUCTURAL

Los episodios de racismo en el fútbol español se sucedieron esporádicamente hasta inicios de los años ochenta, cuando la aparición de los grupos radicales, mal llamados ultras (Viñas, 2023: 18-22), estuvo ligado a un incremento de las actitudes racistas (Viñas y Spaaij, 2006: 51-76). Aunque inicialmente se desligaron de planteamientos ideológicos concretos, pronto la mayoría abrazó postulados definidos. Esto fue evidente a finales de aquella década e inicios de los noventa, coincidiendo con la emergencia en las gradas de la moda skin. La irrupción del estilo skinhead en los estadios, más allá del componente estético, estimuló la radicalización de estos grupos.

Otro elemento relevante para comprender por qué los estadios se convirtieron en escenario de actos racistas es el anonimato que confiere la masa. Como apunta el sociólogo Ramón Llopis-Goig (2009: 35-36), “la sensación de disolución de la identidad personal –en términos de control moral– y la creación de una inercia emocional de naturaleza colectiva producen una sensación de acuerdo tácito que reduce la actividad de los mecanismos inhibitorios y actúa como un marco para legitimar comportamientos racistas y xenófobos que probablemente nunca se exhibirían a nivel individual. Así, se produce una disminución del autocontrol moral de los aficionados, acompañada de un contagio emocional que, a veces, puede conducir a comportamientos violentos o racistas”.

En muchos casos, la adopción de un discurso racista respondía a la réplica de actitudes y comportamientos transgresores propios de los modelos de referencia: el hooliganismo británico y el movimiento ultra italiano. Paradójicamente, la difusión de este racismo se produjo cuando en España el impacto de la inmigración era reducido. El número de personas inmigrantes en 1985 ascendía a 241.971, una cifra muy lejana de la correspondiente a 2023, cuando, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) la población de nacionalidad extranjera residente en España se situaba cerca de los 6,5 millones (Panadero y García, 1997: 101-114; Aja, 2012: 51).

Por lo tanto, en aquel momento, tal y como algunos investigadores han apuntado, se trató de una manifestación visible de un racismo sin inmigración, dado que España era, en aquel periodo, un país tradicionalmente emisor de emigración y no receptor de inmigrantes. Pese a estos datos, la presencia de extranjeros, en lugar de representar una convivencia enriquecedora, se percibió como una amenaza (Durán y Jiménez, 2006: 75).

La proliferación de artículos en prensa sobre la violencia ultra generó alarma social, lo que reportó a los radicales notoriedad y favoreció, además, la extensión de un arquetipo de hincha racista identificado con la imagen skin (cabeza rapada, botas, chaqueta bomber con símbolos políticos). Las palizas y agresiones se amparaban en una ideología que amalgamaba un patriotismo exacerbado junto a un difuso nacionalsocialismo (del que replicaban el racismo biológico). No obstante, se trataba de una doctrina que se reducía a simples lemas de actuación, asociada, según el historiador Xavier Casals (1995: 269), a lo que denominó “la periferia de la política”. Para dicho autor, las acciones de los cabezas rapadas neonazis y, por extensión, de los hinchas radicales que explotaron su imagen, más que vinculadas a la actividad política deben inserirse en lo que se delimita como "una área de difícil definición, donde convergen lo que podríamos designar como lumpen política –la actuación de grupúsculos y siglas de entidad minúscula–, la marginalidad juvenil (el mundo de enfrentamientos y rivalidades entre hinchas rivales y bandas juveniles) y la violencia gratuita". Al respecto, cabe apuntar cómo este proceso de politización de los grupos radicales tuvo lugar más por ósmosis o por contactos en ambientes específicos –estadios o conciertos– que por una formación ideológica profunda. Por tanto, frecuentemente, se reducía a la reproducción de lemas y consignas básicas, el uso de un lenguaje grosero, la exhibición ostentosa de simbología y una deficiente estructuración ideológica.

La consolidación de estos colectivos conllevó que adquirieran una mayor concreción ideológica. Aquellos grupos cuyos integrantes se asociaron mayoritariamente a la extrema derecha –como, por ejemplo, los Ultras Sur (Real Madrid CF), las Brigadas Blanquiazules (RCD Espanyol) o el Frente Atlético (Atlético de Madrid– fueron los que adoptaron la etiqueta ultra como sinónimo de ultraderechista. Esto provocó que, desde entonces, la totalidad de grupos radicales fueran identificados como tales, pese a que la realidad era mucho más compleja. Además, el protagonismo alcanzado por estos colectivos y la consecuente difusión mediática del estereotipo ultra-vándalo-racista, indujo a asociar los abusos raciales en los estadios únicamente con los radicales, cuando en realidad, una parte importante del público compartía o reproducía en ocasiones este tipo de comportamientos.

Diversas hinchadas de extrema derecha promovieron campañas de protesta contra sus clubes por fichar a un jugador o entrenador negro, como sucedió con el nigeriano Rashid Yekini cuando en 1995 llegó traspasado al Sporting de Gijón y el sector neonazi de su afición realizó pintadas xenófobas contra él. Un año antes ocurrió algo similar en Madrid, cuando las paredes del estadio Santiago Bernabéu se cubrieron de mensajes insultantes (“Ni negros, ni sudacas, ni portugueses” y “Contra el mestizaje. Valdano jamás”) en protesta por el interés del club por entrenadores como el argentino Jorge Valdano, el portugués Artur Jorge o el colombiano Francisco Maturana. Un trato parecido fue el que recibió el colombiano Adolfo Valencia por parte de su afición en el antiguo estadio Vicente Calderón e, incluso, por el máximo mandatario del club, el fallecido Jesús Gil, quién le llamó “negro de mierda”.

La trascendencia del racismo exacerbado exhibido por los radicales contribuyó a que estos se erigieran en su conjunto, aunque erróneamente dada su adscripción política diversa, como los iconos sociales del racismo para los medios de comunicación españoles. Es preciso plantearse si dicho reconocimiento pudo evitar la identificación de actitudes xenófobas o racistas más amplias en el seno de la sociedad y que, en realidad, estos grupos ejercieran de chivos expiatorios del racismo social estructural existente.

Así, el binomio hooligan/racista tiende a ocultar las formas menos visibles de racismo en el fútbol, aquellas que no se forman bajo el estereotipo del gamberro neofascista con la cabeza rapada. Un rasgo central de este proceso es la desatención hacia las expresiones más sutiles que no se ajustan al estereotipo dominante. Estas, a menudo, se han normalizado dentro de la “atmósfera eléctrica” existente en un partido o simplemente han sido toleradas por una masa que no las percibe como algo reprobable.

En las últimas décadas, al abrigo de la irrupción de la derecha radical populista, el racismo biológico explicitado por los grupos radicales próximos a la extrema derecha ha ido transformándose hasta asumir postulados identitarios que ponen énfasis en la preservación y promoción de las características, valores y derechos de una comunidad determinada en oposición a otros grupos o en respuesta a una percepción de amenaza a su identidad. Se trata, pues, de un nacionalismo de cariz étnico que sustituyó al clásico discurso racista de carácter supremacista, aquello que la politóloga Ariane Chebel d’Appollonia (1998: 8) definió como “neorracismo cultural”. Este nuevo racismo, según el sociólogo Michael Wieviorka (1995: 33) “se legitimaría menos invocando una desigualdad de razas que por la idea de ciertas especificidades culturales, nacionales, religiosas y étnicas básicas e incompatibles”.

Tras vivir una etapa de apogeo en los años noventa, el fenómeno de los grupos radicales inició un progresivo declive derivado de diversos factores, como la falta de relevo generacional, la diversidad de opciones de ocio de la juventud, la poca adaptación de los colectivos a las transformaciones que sufrieron los estadios (como el paso de gradas de pie a localidades de asiento) o las medidas implementadas por los clubes y la Liga de Fútbol Profesional (LFP). Todo ello incidió en un movimiento que persistió, aunque en una dimensión más reducida. Otro aspecto destacado, dada su incidencia, fue la emergencia de las gradas de animación, que facilitaban la opción de apoyar incondicionalmente a los equipos sin recurrir a la violencia, potenciando la vertiente más lúdica y creativa. Estos colectivos ejercieron de contrapeso en un fenómeno hasta entonces monopolizado por las hinchadas más extremistas. No obstante, la llegada a la presidencia de la LFP en 2013 de Javier Tebas implicó una etapa de mayor beligerancia que se acrecentó tras el asesinato de un seguidor del Deportivo de la Coruña en noviembre de 2014. Entonces, la LFP y el Consejo Superior de Deportes (CSD) decidieron endurecer las medidas encaminadas a dificultar el acceso a los estadios de los radicales. La consecuente espiral evidenció la incapacidad de la administración para atajar los cíclicos episodios de violencia y racismo. La estrategia criminalizadora, lejos de lograr decrecer los incidentes, provocó una mayor cohesión de dichas hinchadas.

4. LAS DIVERSAS FORMAS DEL RACISMO EN LOS ESTADIOS

En el deporte, las manifestaciones de racismo y xenofobia son dispares. Las formas más identificables en los estadios incluyen tanto abusos individuales como colectivos. Uno de los más comunes es el consistente en proferir sonidos que emulan el grito de un simio y que, a menudo, se acompañan por gestos propios de los primates. En ocasiones, dicho comportamiento denigrante se acompaña con el lanzamiento desde las gradas de plátanos o cacahuetes (Rodríguez Moya, 2015: 57-62). En algunos casos también se escuchan cánticos compuestos a partir de melodías populares a los que se añaden letras injuriosas. Habitualmente, los que gozan de menor atención son aquellos que acontecen en categorías inferiores o ámbitos no profesionales (Garland y Rowe, 2001: 6).

Respecto a su periodicidad, los sociólogos Back, Crabbe y Solomos exponen cómo “los abusos racistas en los estadios ocurren de manera intermitente; los epítetos y lemas racistas se invocan en contextos específicos y cumplen funciones particulares de tal manera que una serie de partidos puede pasar sin ninguna actividad racista, mientras que un partido con una atmósfera intensificada o las circunstancias adecuadas pueden producir una explosión de actividad racista” (Brown, 1998: 84).

Las expresiones de racismo y xenofobia en los estadios son públicas y fácilmente identificables, sobre todo a partir de la aplicación de medidas de prevención y control en los años noventa. En cambio, los casos de racismo institucionalizado o seminstitucionalizado que han caracterizado la cultura del fútbol profesional se han tendido a excusar. Se trata, en este caso, de exabruptos por parte de presidentes, entrenadores o jugadores que, posteriormente, se acostumbran a negar (Villena, 2024). En diversas ocasiones el insulto adopta manifestaciones más subliminales, producto de palabras o expresiones coloquiales. Las formas institucionalizadas de racismo y xenofobia son, generalmente, más encubiertas y no necesariamente intencionales.

La contradictoria naturaleza del racismo en el fútbol se aprecia cuando los hinchas se burlan de los jugadores negros rivales, pero a la vez aceptan a los de su equipo. Esto no es óbice para que, en determinadas ocasiones, los aficionados también increpen a sus propios futbolistas (Rodríguez Moya y Arellano, 2019: 137-141). Back et al. (1999: 437) denominan a esta dinámica como “nacionalismo de vecindad” puesto que establece “el modelo de inclusión y exclusión por el cual algunos aficionados negros son admitidos como contingentes integrados, mientras otros grupos minoritarios de seguidores negros rivales y jugadores son vilipendiados y rechazados como forasteros”. Este tipo de relaciones complejas también existe entre futbolistas e hinchas radicales de extrema derecha, como ejemplifica lo acontecido en mayo de 2005 tras la finalización de un encuentro en el Santiago Bernabéu, cuando el lateral brasileño Roberto Carlos donó su camiseta a uno de los líderes de los Ultras Sur, el colectivo radical madridista conocido por su tendencia ultraderechista y su belicosidad hacia los inmigrantes.

En último lugar, no se ha estudiado aún con suficiente profundidad cómo, en los últimos años, las redes sociales han ejercido como medio de propagación y amplificación de discursos de odio y mensajes intimidatorios o coercitivos de índole racista con relación al fútbol. En ocasiones desde el anonimato, centenares de aficionados han hostigado a jugadores con mensajes racistas antes, durante y después de los partidos. Un análisis realizado en la Universidad de Oxford señala como uno de cada 15.000 mensajes vertidos en las redes tiene connotaciones racistas (Gagliardone et al., 2015). De hecho, según un estudio de la compañía digital Séntisis Intelligence, el 20 por ciento de los comentarios realizados en las plataformas sociales durante los partidos de las temporadas 2016-2017 y 2017-2018 son de carácter violento (incluyendo insultos, signos racistas, homófobos o machistas). Uno de cada tres usuarios emite un insulto en las redes sociales durante los encuentros. De ellos, un 63 por ciento son insultos genéricos y casi un 7 por ciento son expresiones denigrantes basadas en argumentos como el color, el origen o la condición humana (García, 2018). Esta práctica, generalmente efectuada desde el anonimato, es cada vez más común y provoca con frecuencia que los jugadores silencien o desactiven sus cuentas. A este respecto, las conclusiones de un estudio de caso sobre la repercusión en las redes del presunto abuso al futbolista valencianista Diakhaby en 2021 exponen cómo el sentimiento de crispación persiste mientras la polémica se mantiene. Además, los investigadores Martín, Buitrago y Beltrán-Flandoli señalan la falta de respuesta de los clubes, cuyos departamentos de comunicación no replican ni bloquean a los usuarios que cometen los abusos (Martín et al., 2022: 133). Este tipo de comportamientos motivó, por ejemplo, la campaña #StopRacismo que en el año 2019 inició la LFP para difundir a través de las redes sociales mensajes contra el racismo. En la campaña se involucró a jugadores y clubes y se implementó el sistema Mood, que constituyó el primer monitor para realizar una auditoría semanal de los discursos de odio en las redes y el nivel de violencia y racismo que se produce en las conversaciones (Panenka, 2024). Está vinculado a la plataforma LaLigaVS y persigue erradicar el odio dentro y fuera del fútbol y la promoción de una sociedad respetuosa e inclusiva, a la vez que trata de involucrar a los espectadores en la denuncia de abusos en los estadios.

5. CASOS NOTIRIOS Y RESPUESTAS INSTITUCIONALES

Como se ha expuesto, desde los años ochenta se han ido sucediendo episodios racistas en el fútbol. Aunque inicialmente se trató de casos esporádicos, a partir de la década de los noventa, coincidiendo con la propagación y proyección de las hinchadas radicales, se incrementaron exponencialmente y cobraron notoriedad. En el siglo XXI, pese a decrecer el protagonismo de estos colectivos, los casos de racismo en los estadios persistieron.

Uno de los episodios que generó más revuelo fue el acontecido en noviembre de 2004 con motivo de un encuentro España-Inglaterra en Madrid. Ese día, el público profirió insultos contra diversos futbolistas ingleses. La noche anterior, los jugadores de la selección Sub-21 también fueron objeto de insultos similares, incluyendo gruñidos que imitaban sonidos de monos.

Estos incidentes se sumaron a la polémica originada por el seleccionador español, Luis Aragonés, cuando en un entrenamiento se refirió al delantero Thierry Henry como “negro de mierda”. Diversos políticos británicos y representantes del mundo del fútbol expresaron su desaprobación por la falta de interés de las autoridades españolas por abordar el caso. Algunos medios españoles trataron de minimizar la cuestión (Rodríguez Moya, 2015: 14), mientras que otros desaprobaron la actitud de las autoridades españolas. Las reacciones ante este incidente evidenciaron la falta de consenso social sobre la magnitud del problema, así como la actuación despreocupada de los agentes implicados a la hora de abordar el racismo y la xenofobia en el deporte. Se produjo entonces un proceso de amplificación de los incidentes racistas que presentaba similitudes con la atención prestada por los medios a inicios de la década de los noventa (Spaaij y Viñas, 2005: 79-96).

Un nuevo caso relevante, por la agitación que generó, sucedió dos años más tarde, cuando el delantero camerunés del FC Barcelona, Samuel Eto'o, se negó a seguir jugando y advirtió al colegiado que no seguiría en el terreno de juego si proseguían los insultos racistas dirigidos a él. Tras diversos intentos de abandonar el campo, el futbolista se replanteó la decisión después de conversar con algunos compañeros. El entrenador del club catalán, el holandés Frank Rijkaard, le persuadió diciéndole “que para luchar contra el racismo lo mejor que podía hacer era seguir jugando” (Pérez, 2021). Otros futbolistas como los brasileños Dani Alves o Marcelo también fueron víctimas de abusos racistas en España. En 2014 un aficionado lanzó un plátano al lateral del FC Barcelona desde las gradas del estadio del Villarreal, aunque este respondió recogiéndolo y dándole un mordisco. Este gesto simbólico contra el racismo recibió una gran atención (Rodríguez Moya, 2015).

Todos estos casos pusieron de relieve la necesidad de una reacción más contundente por parte de las instituciones implicadas. En consecuencia, la LFP y la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) endurecieron las sanciones e implementaron nuevas medidas de control en los estadios, como el uso de cámaras de vigilancia y el incremento de agentes de seguridad. Los dos organismos pusieron en marcha también campañas educativas para promover la tolerancia y el respeto en el deporte. Se creó, incluso, el Observatorio contra el Racismo, la Xenofobia y la Violencia en el Deporte, constituido en diciembre de 2004 en la sede del CSD, como órgano consultivo integrado en la Comisión Nacional contra la Violencia en los Espectáculos Deportivos. Tiempo más tarde, el propio presidente del Observatorio, Javier Durán González, señaló en una entrevista cómo el hecho de ser un órgano consultivo integrado en dicha Comisión les restaba “independencia y eficacia” (Almeida, 2006). El ente no se volvió a convocar desde la entrada en vigor de la Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte.

Lejos de ser un instrumento efectivo y ante la inacción de las autoridades, los casos de racismo persistieron durante los años siguientes. Desde entonces otros futbolistas también sufrieron el acoso de espectadores racistas. Este fue el caso de Pierre Webó (2008), Sinama Pongolle (2008), Carlos Kameni (2009), Achille Emaná (2010), Kalu Uche (2011), Iñaki Williams (2016), Samuel Umtiti (2018), Vinicius Tanque (2021), Mujaid Sadick (2023) o Nico Williams (2024), entre otros. Pese a esta sucesión de casos, tal y como se desprende de las 34.000 actas arbitrales recopiladas entre los años 2003 y 2019, tan solo se registraron 68 incidentes por racismo en el fútbol español. Evidentemente, se puede deducir que la mayoría de los colegiados no reflejan este tipo de comportamientos en sus actas porque, según ellos, están centrados en el juego. Pese a que el árbitro tiene la potestad de tomar medidas durante el encuentro, habitualmente estas se limitan a pedir que cesen los abusos racistas por la megafonía del estadio. En las 17 temporadas objeto de análisis, las aficiones más significadas en este tipo actitudes fueron las del Real Betis y el Atlético de Madrid (Grasso y Andrino, 2019).

Sin duda, el último incidente más mediático fue el que afectó al futbolista del Real Madrid, Vinícius Jr., cuando durante un encuentro disputado en Mestalla en mayo de 2023 recibió insultos y gestos racistas por parte de algunos aficionados valencianistas. De inmediato, el jugador identificó a quién le insultaba desde la grada y buscó la asistencia del árbitro. No era la primera vez que sucedía algo así y, de hecho, el brasileño ha asegurado haber padecido comportamientos similares desde su llegada a España en 2018. Tras el incidente, LaLiga inicialmente criticó al jugador por la imagen que trasmitió del campeonato, “donde más de 200 jugadores de raza negra en 42 clubes reciben cada jornada el respeto y el cariño de toda la afición, siendo el racismo un caso extremadamente puntual (diez denuncias) que vamos a erradicar” (Moñino, 2023). “Ni España, ni la liga son racistas” aseguró en sus redes sociales ese mismo mes Javier Tebas, presidente del ente organizador del torneo. Esta opinión fue compartida por diversos políticos, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quién manifestó que “España no es un país racista”. Sin embargo, deportistas españoles de élite, como la atleta Ana Peleteiro contradijeron dicha percepción: “Siempre dije que España no era un país racista, que era un país clasista, y la verdad es que no. Hay racismo y se ha visto” (Arribas, 2024: 35). La repercusión del caso suscitó que algunos jugadores y entrenadores se posicionaran, como el valencianista Mouctar Diakhaby, quién afirmó: “No decir nada es ser cómplice”. Por su parte, el entrenador del FC Barcelona, Xavi Hernández, abogó por parar los partidos cuando se produjeran actos racistas.

En marzo de 2024, Vinícius Jr. manifestó como “todo lo que he vivido en cada partido, cada día, cada denuncia, me provoca mucha tristeza. Pero no soy solo yo, sino todos los negros que, no solo en España, sino en todo el mundo, sufren en el día a día el racismo verbal (…) Quiero que las personas negras puedan tener una vida normal como todas las otras” (Álvarez, 2024). A raíz del suceso, el futbolista, aupado por la proyección obtenida por pertenecer al Real Madrid, se erigió en un icono del antirracismo. La FIFA le propuso encabezar un nuevo Comité de Antirracismo, se le llegó a comparar con Nelson Mandela y llegó a entrevistarse con Colin Kaepernick, el exjugador de fútbol americano de la National Football League que abanderó una protesta contra la brutalidad policial arrodillándose durante la interpretación del himno estadounidense (RTVE, 2023; Gil-Vernet, 2024).

Pese a que ningún debate sobre la deportividad justifica la comisión de abusos racistas, algunos aficionados, y también algunos periodistas, señalaron al jugador como un provocador y desligaron los actos que sufría de cualquier tipo de prejuicio racial. Incluso algunos exfutbolistas profesionales, como el excentrocampista internacional Donato o Pintinho, se expresaron en una línea similar (EFE, 2024; Corcuera, 2024).

Los insultos al jugador se tradujeron en procesos judiciales tras las denuncias interpuestas por LaLiga. Ante el revuelo generado y la persistencia de los abusos, intervino incluso el gobierno de Brasil solicitando a las autoridades españolas que actuaran con más firmeza para abordar el problema. Finalmente, en junio de 2024, se produjo la primera sentencia por insultos racistas en el fútbol español, que resultó en la condena de tres seguidores valencianistas a ochos meses de prisión y dos años de prohibición de acceso a recintos deportivos por un delito contra la integridad moral con agravante de odio (Ruiz, 2024: 47). Pocos meses antes, el FC Barcelona había suspendido la condición de socio a tres de sus aficionados por haber realizado saludos nazis y proferido insultos racistas (Molina, 2019).

Más recientemente, durante la Eurocopa 2024 celebrada en Alemania, el buen juego de los dos extremos de la selección española, Nico Williams y Lamine Yamal, ambos nacidos en España pero con orígenes familiares africanos, les ha convertido “de repente en emblemas de la España multicultural y mestiza” (Cabezas, 2024). Esta narrativa se utilizó como metáfora de una sociedad moderna, diversa e, incluso, antirracista (Tovar, 2024; Fonseca, 2024). Paradójicamente, esto ha coincidido con un incremento de los discursos de odio y antiinmigración en el Congreso y la agenda política del país.

6. INICIATIVAS ANTIRRACISTAS EN EL FÚTBOL ESPAÑOL

En los años setenta, no se llevaron a cabo actuaciones para erradicar los abusos racistas, lo que se explica fácilmente por la entonces exigua presencia de futbolistas negros en la liga y la carencia de conciencia de la problemática. La eclosión de las hinchadas radicales y, posteriormente, la llegada de numerosos futbolistas de orígenes étnicos diversos conllevó una progresiva sensibilización.

A finales de los años ochenta SOS Racismo comenzó a promover campañas divulgativas para combatir el racismo en España. La organización, gestada en Francia en 1982, estableció unas directrices para luchar contra toda discriminación motivada por el color de la piel, el origen o razones de índole cultural. Ya en 2005, la ONG consideró grave la situación del racismo en el fútbol español. En su informe anual incluyó un apartado especial referente a la difusión de la ideología neonazi en los estadios (SOS Racismo, 2005: 246-247). Otra ONG, el Movimiento contra la Intolerancia (MCI), elabora periódicamente el denominado Informe Raxen sobre racismo y xenofobia en España, en el que desde finales de la década de los noventa se recogen los incidentes y las actuaciones de grupúsculos radicales vinculados a la extrema derecha (MCI, 2023: 9-32).

Desde inicios del siglo XXI también ha llevado a cabo proyectos sobre la materia la Coalición Española Contra el Racismo, la Xenofobia y las Discriminaciones Relacionadas (CECRA), como la campaña “Patea el racismo fuera del fútbol” o la “Semana de acción contra el racismo”. El colectivo CEPA (Centro de Prevención e Incorporación de Andalucía), ha emprendido acciones similares, organizando jornadas antirracistas (Valecillo, 2012), como la Semana FARE (Football Against Racism in Europe) que se celebra anualmente. De hecho, FARE es una organización creada en 1999 que reúne a individuos, grupos informales y colectivos con el objetivo de combatir la desigualdad en el fútbol y utilizar el deporte como un medio para el cambio social. Años más tarde, la UEFA comenzó a financiar sus actividades (Watcher, 2024).

Todas estas iniciativas se vieron frustradas por la falta de consenso acerca de la dimensión real del problema por parte del gobierno, la federación y los clubes, quienes, persistentemente, minimizan los episodios de racismo (como con el incidente de Aragonés en 2004 o la expulsión del portero Cheik Sarr, víctima de abusos en 2024, por citar dos casos con una diferencia de veinte años). A menudo, únicamente expresan su preocupación tras los sucesos más graves o que provocan un mayor revuelo. Es decir, se actúa puntualmente ante una urgencia, aunque sin la conciencia ni el conocimiento necesarios.

Más allá de las actuaciones institucionales, también los aficionados radicales de izquierdas o antifascistas han emprendido acciones contra el racismo y, de hecho, desde los años noventa diversos colectivos han llevado a cabo campañas en clave antirracista. En noviembre de 1995, por ejemplo, los grupos Herri Norte Taldea (HNT) y Abertzale Sur, ambos del Athletic Club de Bilbao, cooperaron con SOS Racismo en la organización de una manifestación bajo el lema “A favor de inmigrantes y contra el racismo en el fútbol” (Torcida Antifeixista, 1996: 31). No fue un caso aislado. También se posicionaron abiertamente contra el racismo en los estadios grupos como Riazor Blues (RCD La Coruña), Brigadas Amarillas (Cádiz CF), Frente Blanquiazul (CE Tenerife), Almogàvers (FC Barcelona) o Bukaneros (Rayo Vallecano), que anualmente celebran las jornadas contra el racismo bajo el lema “Las gradas unen, el racismo divide” (Portal Vallecas, 2024). En esta misma línea se han movilizado colectivos como Indar Gorri (CA Osasuna), que en 2010 organizó una “Jornada antirracista”, el Kolectivo Sur (Xerez), responsable de diversos murales antirracistas en su estadio en 2020 o el grupo Gate 22 (Sevilla CF) que en 2022 exhibió una pancarta con el lema “Gol Norte Antirracista”.

7. ESTRATEGIAS DESDE EL ÁMBITO POLÍTICO Y FEDERATIVO

Cuando las autoridades han decidido actuar, aunque fuera apremiadas por algún episodio comprometedor –como el caso del España-Inglaterra de 2004–, lo han hecho en tres ámbitos diferentes: las políticas institucionales, las campañas de concienciación (como “¡Di basta al racismo!”) (Torres y Martín, 2005: 52) y la colaboración internacional.

En respuesta a los incidentes de racismo en España, la LFP y la RFEF propusieron sanciones severas. Estas incluían multas de hasta 60.100 euros (Borasteros, 2004: 71), suspensiones, la descalificación de equipos (nunca implementada) y la clausura de gradas o estadios. También se había prohibido, mediante la Ley del Deporte 1990, la exhibición de símbolos que inciten a la violencia y el odio racial (artículos 66 y 67). La legislación explicita cómo los clubes que acogen los encuentros son los responsables de retirar dicha iconografía y prohibir el acceso a los individuos que la porten. No obstante, diversos estudios señalan cómo estas directrices han sido insuficientes o ineficaces (Spaaij, 2006).

Además, en 2005 se elaboró un Protocolo de Actuaciones contra el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Fútbol (MCI, 2005: 59-66) que recoge medidas como la supresión de barreras para los inmigrantes, el fomento de la deportividad, el aumento de vigilancia en los estadios, un mayor celo en su aplicación, la adopción de medidas contra aquellos que manifiesten conductas racistas o la potestad del árbitro para suspender un partido si aprecia ofensas racistas.

Dos años más tarde entró en vigor la citada Ley 19/2007 contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte, que contiene un artículo específico sobre los actos racistas, el 2.C, que incluye un rango de sanciones para aquellos que los cometan. Estas sanciones van desde los 3.000 euros por infracciones graves, hasta los 60.000 euros y el cierre parcial de una grada o estadio para aquellas consideradas muy graves (MCI, 2022: 5).

En el ámbito policial se optó por una estrategia punitiva complementaria a las sanciones administrativas propuestas por la Comisión Antiviolencia. Tras años de inacción, las fuerzas policiales comenzaron a investigar el fenómeno de las hinchadas radicales, con el objetivo de abordar los episodios de racismo con mayores garantías. Sin embargo, esta fijación en los aficionados jóvenes comportó que, a menudo, se ignoraran las manifestaciones racistas protagonizadas por el resto de los espectadores (Seara Ruiz y Sedano Jiménez, 2001: 6).

En colaboración con organizaciones no gubernamentales y grupos de derechos humanos también se han lanzado campañas educativas para promover la tolerancia y el respeto en el deporte y sensibilizar a los aficionados, jugadores y entrenadores sobre los efectos dañinos del racismo y la importancia de la diversidad en el fútbol. Algunos ejemplos son Sport for One Humanity (2024), “En el deporte, que lo que importa, importe” (2023) del CSD o “Fútbol por los objetivos” (2022) de la ONU, en colaboración con la RFEF, para aprovechar el poder del fútbol como agente de cambio.

Las acciones puestas en marcha no solo se centran en la erradicación del racismo en los estadios, sino que también buscan reducir los prejuicios a nivel social. A través de la educación y la sensibilización se espera crear un ambiente más inclusivo y respetuoso tanto dentro como fuera del terreno de juego. La transmisión de estos valores, como el propio antirracismo, es algo que algunos clubes ya trabajan, a través de su cuerpo técnico, desde el fútbol formativo.

Este tipo de iniciativas promovidas por la LFP o la RFEF, como "Afición+ Respeto= Vive el fútbol” (2014) o “Racistas, fuera del fútbol” (2023) han sido una herramienta más en la lucha contra el racismo en el fútbol español. También algunos clubes han colaborado en iniciativas similares promovidas por medios de comunicación, como fue el caso de “Sin respeto no hay juego” impulsada por la UNESCO y la Cadena SER en el año 2017, que contó con el apoyo del FC Barcelona y del Real Madrid. Se trató de una campaña de divulgación y concienciación para trasladar a la opinión pública la necesidad de combatir la discriminación y el racismo en el fútbol.

Incluso algunas marcas comerciales explotaron la causa antirracista usando la imagen de sus deportistas. Este fue el caso, por ejemplo, de la campaña Stand Up, Speak Up (Levántate y habla) iniciada por el delantero francés Thierry Henry y Nike. Esta campaña recibió algunas críticas de jugadores, como Gary Neville, que acusó a la empresa norteamericana de desvirtuar la causa antirracista (Kelso, 2005). Más recientemente, en 2023, otras marcas como Puma o Adidas, patrocinadoras de jugadores implicados en abusos, también se posicionaron públicamente contra el racismo. De hecho, Nike lanzó ese mismo año una nueva campaña, Stop looking the other way, para apoyar a Vinícius Jr.

8. REFLEXIONES FINALES

Tal y como se ha puesto de relieve a lo largo de este artículo, el racismo y la xenofobia en el deporte y, por extensión, en el fútbol español no son un fenómeno nuevo. A pesar de los avances, el racismo en los estadios sigue siendo un problema significativo y, a la vez, complejo. Sus formas son diversas e incluyen manifestaciones visibles (gritos simiescos colectivos y exhibición de símbolos neonazis) y otras más subliminales. Se trata, a menudo, de un racismo encubierto que se ampara bajo el argumento de ser un simple mecanismo para desestabilizar al rival, aquello que Crabbe (2000: 38-40) denomina el “insulto eficaz”. Es un racismo que ha evolucionado, no basado únicamente en las diferencias biológicas que explotan los discursos supremacistas, sino que se asienta en el racismo cultural (el nativismo, es decir, la defensa de una identidad frente a la creciente aparición de comunidades de inmigrantes). No obstante, las actitudes racistas persisten entre algunos aficionados. La implementación desigual de las sanciones (Valero, 2018) y la falta de una política coherente y unificada son algunos de los desafíos que aún deben abordarse.

La lucha contra el racismo en el fútbol requiere un enfoque poliédrico que combine sanciones, educación y sensibilización. Es fundamental que todos los actores involucrados, desde las autoridades deportivas hasta los aficionados, trabajen al unísono. Sin embargo, esto parece una tarea inviable dado que el fútbol, que actúa como un reflejo de la sociedad, únicamente replica y, a menudo y debido a su proyección, amplifica, un problema estructural de nuestra sociedad. Así lo reflejan las políticas en materia migratoria de los sucesivos gobiernos, la aplicación de la Ley de Extranjería, los diversos centros de internamiento de extranjeros existentes, las denominadas devoluciones en caliente, las identificaciones policiales por perfil racial, la demanda de movilizar al Ejército para controlar las fronteras o la creciente difusión de discursos de odio por parte de partidos que asocian inmigración con delincuencia.

Como se ha expuesto al inicio de este artículo, el racismo en el deporte español tiene raíces históricas profundas que desbordan el ámbito estrictamente deportivo. A lo largo de las décadas, las actitudes y abusos racistas han evolucionado, pero no han desaparecido. Los cambios en el modelo del fútbol profesional a inicios de la década de los noventa, sumados a los efectos de la posterior globalización, comportaron una mayor diversidad, pero también revelaron el carácter persistente del racismo.

El principal obstáculo para tratar de erradicar o atenuar los incidentes en los estadios es la falta de voluntad y determinación de los agentes implicados, al no percibir este tipo de comportamientos y abusos como un problema real (MCI, 2022: 3). Más allá de los casos más mediáticos o de mayor trascendencia, que obligan a instituciones y federaciones a actuar –a menudo con urgencia e ineficacia–, el racismo y la xenofobia habitualmente son ignorados o reducidos a la categoría de anécdota. En este sentido, las autoridades acostumbran a mantener una actitud pasiva algo extensible a los clubes, que se relacionan con los aficionados radicales, y también a diversos futbolistas que confraternizan con ellos.

Otro desacierto fue vincular este tipo de comportamientos, única e insistentemente, con los grupos radicales. Se ignoraba así el carácter estructural del racismo y se reducía, sin distinción alguna, a la totalidad de colectivos radicales. Situar el foco únicamente en los “ultras” desvía la atención del hecho de que los comportamientos racistas y xenófobos en los estadios también son reproducidos por otros aficionados, directivos y jugadores.

A pesar de los avances, los esfuerzos para combatir el racismo en el deporte siguen siendo insuficientes. Las respuestas han servido, en muchas ocasiones, para minusvalorar e, incluso, banalizar las manifestaciones racistas. Así se puso de relieve cuando se minimizaron los gritos racistas proferidos por la inmensa mayoría del público durante el partido España-Inglaterra (Hawkey, 2004: 16), la reacción de la RFEF a las palabras de Luis Aragonés (Jacques, 2005), la multa a Bukaneros por exhibir un tifo antirracista (Valero, 2018), la expulsión de un portero víctima de insultos racistas (Moragón, 2024) o la demora en identificar y detener a los aficionados que profirieron insultos racistas contra los jugadores Raphinha, Ansu Fati y Lamine Yamal en el estadio Santiago Bernabéu (Novo, 2024). Además, las medidas y programas oficiales encaminados a reducir este tipo de comportamientos generalmente se han incumplido o han sido inconsistentes, como en el caso del Plan de Acción contra el Racismo 2020-2025 de la Unión Europea (MCI, 2023: 3). Por todo ello, las estrategias institucionales y las campañas educativas deben ir acompañadas de un cambio cultural más amplio, que reconozca y celebre la diversidad como una fortaleza y no como una amenaza, sobre todo en un contexto como el actual. Solo entonces el deporte español podrá ser verdaderamente inclusivo y representativo de todos sus ciudadanos.

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NOTAS

* Universitat de Barcelona (carlesvinas@ub.edu).

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