PAPELES DE ECONOMÍA ESPAÑOLA #184
El uso intensivo del móvil para jugar, compartir contenidos o realizar tareas tiene una relación negativa con el rendimiento académico
Fecha: 04 septiembre 2025
- Hacer deberes con Internet mejora en 0,5 desviaciones estándar las competencias en matemáticas y lectura
- Madrid, Navarra y País Vasco aprovechan mejor la digitalización con normas claras de uso, frente a resultados negativos en otras comunidades
Madrid, 04/09/2025 | La digitalización, la automatización y ahora la inteligencia artificial generativa (IAG) han acelerado la transformación del mercado de trabajo, mientras que los sistemas educativos han mostrado dificultades para adaptarse en tiempo y forma. Desde el lanzamiento público de ChatGPT en 2022, que supuso el acceso masivo a una tecnología capaz de generar texto coherente en lenguaje natural y de responder con fluidez a preguntas complejas, se ha instalado un nuevo escenario educativo en el que conviven, no sin fricciones, las prácticas tradicionales de enseñanza con las posibilidades que ofrece la IAG. El último número de Papeles de Economía Española, publicación editada por Funcas, analiza el impacto de la tecnología y la IA en el contexto escolar, su relación con el bienestar y el pensamiento crítico y un nuevo escenario: el de la educación superior y el mercado laboral.
El estudio de Óscar David Marcenaro y Luis Alejandro López examina los efectos del uso de recursos digitales sobre el rendimiento académico a partir de los microdatos de PISA 2015, 2018 y 2022 para España. Los resultados muestran que utilizar Internet fuera del centro educativo para hacer deberes, todos o casi todos los días, se asocia con un aumento de 0,5 desviaciones estándar en matemáticas y comprensión lectora, así como con una reducción del 72% en la probabilidad de repetición respecto a quienes no realizan esta actividad. De forma similar, navegar por Internet con fines informativos o leer publicaciones digitales se vincula con un rendimiento académico superior. También, el envío regular de correos electrónicos mantiene una correlación positiva con las competencias evaluadas. En cambio, el uso recreativo intensivo, como jugar a videojuegos online o compartir contenidos, presenta una relación negativa con el rendimiento, y el uso del móvil para hacer tareas o descargar aplicaciones —incluso educativas— se asocia con descensos de entre 0,5 y 0,8 desviaciones estándar.
En el entorno escolar, los autores encuentran que el uso frecuente de dispositivos digitales dentro del aula tiene en general efectos negativos, salvo el procesador de texto en la ola de 2022. A nivel agregado, una mayor dotación de ordenadores no mejora los resultados cuando no va acompañada de políticas claras: la ratio de ordenadores por alumno presenta una correlación negativa con las competencias. En cambio, las comunidades con alta dotación y normas explícitas de uso -como Madrid, Navarra o el País Vasco- muestran un patrón más favorable. El estudio concluye que no es el acceso a la tecnología lo que mejora el aprendizaje, sino su utilización pedagógica, estructurada y regulada. Frente al entusiasmo tecnológico, el rendimiento mejora cuando hay un proyecto pedagógico claro.
Ismael Sanz, coordinador del número, analiza el impacto de la IAG en la educación desde una perspectiva integral. Una de las principales conclusiones es que la IA puede mejorar el rendimiento académico inmediato de los estudiantes, pero su impacto en el aprendizaje profundo y en la consolidación de conocimientos a largo plazo es más ambiguo. En particular, se destaca que el diseño pedagógico de la interacción con la IA es clave: el uso de respuestas completas puede llevar al estudiante a reducir su esfuerzo, lo que se traduce en menor planificación, reflexión y transferencia del conocimiento. El artículo también alerta sobre los riesgos de desigualdad derivados de un acceso y uso desiguales de estas tecnologías, lo que puede reproducir o incluso ampliar brechas educativas preexistentes.
En esta misma línea, Ezequiel Molina y Cristóbal Cobo ponen el foco en la profesión docente, que comienza a reconfigurarse bajo el influjo de la IA. Identifican avances incipientes en orientación vocacional, simulaciones de aula, tutoría inteligente y algoritmos de selección docente, con experiencias piloto prometedoras. Un ejemplo es la mentoría automatizada en Chile, donde el 87% de los participantes recomendaría el uso del chatbot a sus colegas, lo que apunta al potencial de la IA como herramienta de apoyo profesional siempre que exista acompañamiento pedagógico.
Una reflexión complementaria proviene de Francesc Pujol, quien experimentó en sus clases con la obligación de utilizar IA desde el primer día. Sus resultados muestran que el sistema evaluativo tradicional no logra distinguir trabajos auténticos de otros generados íntegramente con IA: en un ensayo previo, el 94% de esos textos no fueron identificados como artificiales y el 83% recibieron una nota igual o superior a 5. Este hallazgo revela la necesidad de desplazar el énfasis del producto al proceso, situando la formulación de preguntas en el centro de la evaluación. Pujol propone la “Regla de Oro”: formular preguntas solo sobre lo que ya se comprende, para evitar una ilusión de aprendizaje y fortalecer el pensamiento crítico.
A escala internacional, Christopher Neilson e Ignacio Lepe aportan evidencia con datos del ICILS 2023 en 15 países. Construyen un índice de “preparación institucional para la IA” que combina expectativas, percepción de riesgos y nivel de institucionalización formal. Los resultados muestran que tanto el entusiasmo desmedido como la desconfianza extrema pueden ser contraproducentes: los efectos positivos se observan en posiciones intermedias. En contraste, disponer de normativas formales sobre IA en los centros no guarda relación significativa con el desempeño estudiantil, lo que subraya que el impacto real proviene de una cultura institucional activa y reflexiva, no de documentos aislados.
En el mismo número, Ana Hidalgo presenta un estudio de caso sobre la plataforma Honor Education en un curso de Macroeconomía. Los resultados muestran que el grupo con acceso a funcionalidades interactivas basadas en IA obtuvo mejores calificaciones en una prueba de razonamiento, aunque no se observaron diferencias consistentes en exámenes de contenidos más rutinarios. La autora interpreta que la IA potencia competencias cognitivas de orden superior cuando se integra en dinámicas colaborativas y de aprendizaje entre pares, reforzando la importancia del diseño pedagógico en su impacto.
Una de las tesis de la publicación es que la tecnología por sí sola no reduce desigualdades. Son las políticas educativas, los incentivos institucionales y la arquitectura del mercado laboral quienes determinan si la innovación amplía las oportunidades o las concentra.
Almudena Sevilla, Pilar Cuevas, Luz Rello e Ismael Sanz abordan cómo garantizar que la adopción de estas tecnologías no agrave las desigualdades educativas ya existentes, especialmente en contextos vulnerables. A partir de una evaluación comparativa entre los modelos GPT y los resultados de las pruebas PISA y PIAAC, señalan el análisis de la OCDE en el sentido de que la IA ya supera a los estudiantes de 15 años en lectura (85% de aciertos con GPT-4 frente al 57%) y ciencias (84% frente al 53%), pero aún se sitúa por debajo en matemáticas (40% frente al 51%). Los datos también evidencian desigualdades en el acceso a la IA. En España, el 31,6% del alumnado en centros de nivel socioeconómico bajo sufre carencias digitales, frente al 16,1% en centros favorecidos. Las diferencias territoriales son significativas: mientras comunidades como Cataluña, Navarra y Madrid tienen menos carencias digitales, regiones como Canarias, Castilla-La Mancha y Murcia registran los niveles más altos de escasez y baja calidad en los recursos tecnológicos.
Daniel J. Flynn y Carlos X. Lastra-Anadón alertan sobre un fenómeno paralelo y cada vez más relevante: la vulnerabilidad de los adolescentes frente a la desinformación en redes sociales. Su estudio, centrado en el caso español, señala que el 88% de los jóvenes entre 16 y 30 años ha estado expuesto recientemente a contenidos potencialmente falsos, una de las cifras más altas de Europa, según el Eurobarómetro de la Juventud. Sin embargo, solo el 15% de los adolescentes españoles afirma tener mucha confianza en su capacidad para identificar noticias falsas, lo que evidencia una brecha significativa entre exposición y competencias digitales.