El potencial de las finanzas descentralizadas

El desarrollo de la tecnología blockchain en el ámbito financiero abre la puerta a las finanzas descentralizadas (decentralized finance o DeFi). Este término hace referencia a una amplia variedad de aplicaciones financieras inspiradas en la tecnología de registro descentralizado (DLT, por sus siglas en inglés) que, entre otras cuestiones, propiciarían desintermediar, en mayor medida, la provisión de servicios financieros.

Las finanzas descentralizadas se configuran como un ecosistema abierto para construir herramientas y servicios financieros sin la participación de intermediarios en el proceso de venta o para realizar operaciones. Gracias al uso del blockchain es posible crear aplicaciones para realizar pagos, contratar préstamos o hipotecas o comprar y vender activos financieros de forma directa sin acudir a un banco, un proveedor de pagos o un broker.  Actualmente, cuando un cliente paga un café con su tarjeta de débito o crédito, una entidad financiera actúa como intermediaria entre el consumidor y el comerciante, teniendo el control sobre la transacción, conservando la autoridad para detenerla o pausarla y para registrarla. Con una aplicación de pagos DeFi se eliminaría dicho intermediario, pues son todos los usuarios que usan la aplicación los que implícitamente verificarían y registrarían dicho pago.

Así, los consumidores que utilizan una aplicación DeFi tienen una copia idéntica cifrada de todas y cada una de las transacciones que se producen.

Eso protege el sistema, al proporcionar a los usuarios una identidad única inmutable para cada operación.

Estas aplicaciones DeFi están ganando en popularidad como en los casos de MakerDAO, Aave, Synthetix o InstaDapp. Ya existen más de un millón de consumidores que son usuarios de estas aplicaciones DeFI. De hecho, se estima que el valor agregado de estos servicios es de 128.000 millones de dólares[1].

Los defensores de las finanzas descentralizadas señalan la existencia de diferentes ventajas en su uso: un acceso más democratizado a los productos financieros, una mayor eficiencia del mercado, un acceso más fácil a la liquidez, una mayor privacidad financiera y mayores incentivos a la innovación[1]. Sin embargo, también presenta riesgos. Además de los de naturaleza técnica (ataques informáticos o complejidad en la creación de protocolos criptográficos), se les unen los riesgos financieros, todos ellos derivados de una falta de protección a los usuarios, al no existir un intermediario que se responsabilice de las transacciones.

En cualquier caso, también plantean retos para el sector bancario y para los reguladores. Por una parte, las entidades financieras pueden ver como una sucesiva desintermediación de las finanzas puede amenazar su presencia en varios segmentos de negocio y reducir su rentabilidad. Por su parte, los reguladores deben establecer normas de forma acelerada para un negocio que parece expandirse a una velocidad muy considerable.