Ciudades, inmigración y desigualdad social

Ciudades, inmigración y desigualdad social

Fecha: febrero 2021

Jacobo Muñoz Comet* y Fernando Fernández-Monge**

Concentración urbana, Ciudades, Inmigrantes, Desigualdad social

Panorama Social, N.º 32 (diciembre 2020)

En las últimas cinco décadas España ha experimentado un proceso de concentración urbana de su población, particularmente en las ciudades más habitadas. Este fenómeno ha venido acompañado por la intensa llegada de población procedente del extranjero desde finales del siglo XX. La literatura especializada explica la atracción de las grandes urbes debido a las oportunidades de empleo que ofrecen. Sin embargo, pocos son los estudios que han analizado si estos beneficios difieren entre el colectivo autóctono y el inmigrante. Los hallazgos de este trabajo muestran cómo la desigualdad entre ambos grupos en términos de clase social aumenta conforme mayor es el tamaño del municipio. En concreto, las grandes ciudades atraen a los trabajadores más cualificados, pero con más fuerza a aquellos de origen nativo que inmigrante. Los resultados de esta investigación apuntan hacia la posibilidad de que las características inherentes al tamaño de las ciudades tengan un efecto directo sobre los niveles de desigualdad social.

1. Las condiciones laborales en las grandes ciudades, ¿riesgo u oportunidad?

Desde hace varias décadas las ciencias sociales han tratado de estudiar las implicaciones que tiene el espacio urbano en las condiciones de vida de las personas. En el caso concreto de los mercados de trabajo, la evidencia empírica recoge una serie de ventajas asociadas a las grandes ciudades, las cuales se plasmarían en unos niveles de productividad más altos para las empresas que se establecen en ellas, así como en unos ingresos más elevados para sus trabajadores en comparación con los de otros empleados cuya actividad tiene lugar en ciudades de menor tamaño (Henderson, 2003; Combes et al., 2012).

La economía urbana ha estudiado las causas de estos beneficios y ha encontrado, al menos, tres razones que podrían explicar por qué las empresas se pueden permitir pagar unos salarios más altos cuando están asentadas en grandes ciudades. Primero, las ciudades con un mayor número de habitantes suelen propiciar economías de aglomeración, las cuales facilitan la reducción de costes derivados, entre otros aspectos, del transporte y de los costes de transacción (Duranton y Puga, 2004). En segundo lugar, las grandes ciudades funcionan como polos de atracción de los trabajadores más productivos, lo cual da lugar a diferencias en la composición sociodemográfica de las poblaciones según el tamaño de estas (Combes, Duranton y Gobillon, 2008). Por último, las grandes ciudades promueven la experimentación y el aprendizaje, de tal manera que en ellas se genera una acumulación de capital humano (Glaeser, 1999; Duranton y Puga, 2001).

Aunque la literatura especializada ha puesto el foco principalmente en la relación entre el tamaño de la ciudad y los salarios, otros estudios también han comprobado que los niveles de desempleo tienden a reducirse a medida que aumenta el tamaño de las ciudades (Gan y Zhang, 2006). Esto puede suceder tanto por los altos niveles de diversificación sectorial que se producen en ellas (Mills y Hamilton, 1984; Neumann y Topel, 1991) como por el mejor ajuste entre empresas y trabajadores resultante de la amplitud de los mercados laborales en las grandes ciudades (Ciccone y Hall, 1996; Wheeler, 2001; Glaeser y Mare, 2001).

A pesar de las ventajas asociadas a las aglomeraciones urbanas, las grandes ciudades no están exentas de dinámicas que pueden repercutir negativamente en las condiciones de vida de sus habitantes. Varios trabajos han documentado cómo en las grandes metrópolis existe una tendencia creciente a la polarización de empleos (Autor, 2019; Baum-Snow, Freedman y Pavan2018; Florida, 2017). Las ciudades que conectan con flujos internacionales de capital y con economías del conocimiento atraen a trabajadores altamente productivos, pero también tienen una fuerte demanda de fuerza de trabajo para ocupar empleos poco cualificados (Sassen, 1996; Stock, 2011). Por ejemplo, se ha comprobado que la contratación de servicios personales por parte de las familias (empleadas del hogar, cuidadores…) es más intensa en las ciudades más pobladas (Moretti, 2012).

Los datos contrastados apuntan, por tanto, a la existencia de una relación positiva entre grandes ciudades y oportunidades laborales, pero con el interrogante de si esas ventajas están al alcance de todos. La desigualdad entre inmigrantes y autóctonos en los mercados de trabajo está ampliamente documentada; sin embargo, poco se sabe sobre si la brecha entre ambos grupos cambia en función del tamaño de la ciudad. Por un lado, han surgido voces que apuntan hacia un incremento de la desigualdad. Desde esta perspectiva, la población procedente del extranjero se asentaría en las ciudades globales para cubrir la demanda de empleos poco remunerados que requiere la sostenibilidad de trabajos altamente cualificados típicos de las ciudades posindustriales (Sassen, 1991). Por otro, algunos trabajos han comprobado que los mercados laborales en las áreas metropolitanas son más diversos y dinámicos, con conexiones y competición más globales, factores que ayudarían a la población inmigrante a alcanzar mejores resultados económicos (Semyonov, Lewin-Epstein y Yom-Tov, 2001; Hedberg y Tammaru, 2013).

El análisis del caso español para explorar la relación entre el tamaño de la ciudad y la desigualdad laboral es adecuado por el doble crecimiento experimentado en las últimas décadas en términos urbanos y de población inmigrante (Gil-Alonso y Bayona i Carrasco, 2012). En concreto, en este artículo se va a estudiar en qué medida las diferencias de clase social observables en virtud del país de nacimiento cambian dependiendo del tamaño del municipio de residencia.

2. La población inmigrante en las grandes ciudades

Desde finales del siglo XX, España ha experimentado la llegada de un extraordinario volumen de población procedente del extranjero. Aunque durante los seis años de la Gran Recesión los flujos migratorios cayeron, actualmente las cifras alcanzan unos niveles cercanos a los de antes de 2008, con entradas medias anuales próximas a 700.000 (Miyar Busto, 2020). Actualmente, el colectivo de personas nacidas en el extranjero en nuestro país representa un 15,2 por ciento de la población española. La literatura académica ha estudiado los movimientos internos de los nacidos en el extranjero y ha mostrado cómo estos difieren de los de los autóctonos de distintas formas (Silvestre, 2013). En concreto, la población inmigrante presenta una mayor movilidad y esta, al contrario que para los nativos, está más condicionada por la existencia de redes sociales que por el contexto económico.

Como resultado de lo anterior, la distribución de la población inmigrante en el territorio español presenta algunas diferencias con respecto al colectivo nacido en España. Como se puede ver en el gráfico 1, en comparación con los autóctonos, entre los nacidos en el extranjero hay una mayor proporción de personas asentadas en alguna de las dos ciudades con más habitantes en España. Mientras que un 16,8 por ciento de inmigrantes reside en Madrid o Barcelona, entre los nacidos en España esa cifra no llega al 10 por ciento. En el extremo opuesto, un 21,5 por ciento de la población autóctona se concentra en municipios de menos de 10.000 habitantes, frente al 13,8 por ciento de los inmigrantes.

Los municipios de mayor tamaño funcionan como polo de atracción más fuerte para la población inmigrante que para la autóctona. Ahora bien, la posibilidad de aprovechar las oportunidades de empleo que ofrecen las grandes urbes va a depender, en última instancia, de la productividad del individuo. Con el fin de conocer el perfil sociodemográfico de la población residente en distintos municipios españoles según su tamaño, en este artículo se van a utilizar los microdatos de las dos primeras ediciones de la Encuesta Social General Española (ESGE), realizadas por el CIS en 2013 y 2015.

Para analizar las diferencias entre inmigrantes y autóctonos en lo que respecta a su cualificación, se va a tener en cuenta el nivel educativo y los años potenciales en el mercado laboral español, es decir, el tiempo acumulado desde que se abandonó el sistema educativo. Esta última variable es de especial interés porque ofrece información sobre dos cuestiones clave. Por un lado, la antigüedad en el mercado de trabajo suele ir acompañada de experiencia laboral, lo cual se asocia con una mayor estabilidad y acceso a remuneraciones más altas. Por otro, en el caso concreto de los inmigrantes, para muchos de ellos el tiempo en el mercado de trabajo equivale al tiempo de residencia en España. Según la tesis de la asimilación, la población inmigrante experimenta una pérdida de estatus social al llegar al país de destino a causa de devaluación de su capital humano. Sin embargo, con el paso de los años puede recuperar esa pérdida con nuevas inversiones (estudios, aprendizaje del idioma, homologación de los títulos académicos…) hasta ocupar el lugar que les corresponde.

El gráfico 2 revela cómo la composición por nivel educativo difiere en función de si los entrevistados han nacido en España o no, y también del tamaño de la ciudad en la que se reside. Para esta última variable se ha utilizado una clasificación con cuatro categorías. Por encima del millón de habitantes se incluyen las dos principales ciudades españolas por población (Madrid y Barcelona). En segundo lugar, se han agrupado los municipios de entre 350.000 y un millón de habitantes, es decir, las siguientes ocho ciudades: Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga, Murcia, Palma de Mallorca, Las Palmas de Gran Canaria y Bilbao1. De entre los municipios por debajo de 350.000 habitantes, se han distinguido otros dos grupos estableciendo el corte en los 100.000 habitantes.

En el caso de las personas nacidas en España, el gráfico 2 muestra que conforme más grande es el municipio de residencia, mayor es la proporción de personas que tienen educación universitaria, sobre todo, en las ciudades que cuentan con más de un millón de habitantes. Entre los inmigrantes, en cambio, esta relación es menos clara, aunque sí es cierto que el porcentaje de personas con estudios primarios o menos se va reduciendo cuanto más grande es el tamaño del municipio. En cuanto a los años acumulados en el mercado laboral, para los autóctonos apenas existen diferencias en el tiempo medio de los individuos según el tipo de municipio. Para los nacidos en el extranjero, sin embargo, parece que aquellos que llevan más tiempo en nuestro país se concentran en los extremos de los municipios según su tamaño, los más y los menos poblados.

Los resultados de los gráficos 1 y 2 muestran que la distribución geográfica de la población nacida en el extranjero y la autóctona difiere, pero también que la composición sociodemográfica de cada uno de ellos varía dependiendo del tamaño del municipio. En la medida en que los individuos más cualificados –y, generalmente, con una mejor posición social– tienden a residir en las ciudades más pobladas, no sería de extrañar que la estructura social experimentara también cambios según el tamaño de la ciudad. Para comparar la composición de clase de inmigrantes y autóctonos, se va a utilizar el esquema EGP (Erikson, Goldthorpe y Portocarero, 1979), cuya clasificación original engloba ocho categorías de clase social. La pertinencia de emplear este esquema descansa en que las posiciones de clase ofrecen una visión amplia de las oportunidades de los individuos no solo en la actualidad, sino también en el largo plazo (Goldthorpe, 2012). En concreto, se pondrá el foco en los dos extremos de la clasificación. En lo más alto de la estructura social nos encontraríamos a la clase de servicio, la cual engloba a los profesionales, administrativos y gerentes. Esta clase se caracteriza por establecer un tipo de relación más difusa e indeterminada en el tiempo con el empleador, además de porque la remuneración no solo es salarial, sino que ofrece garantías de seguridad laboral, y también por el hecho de que, en general, apenas existe una supervisión directa del trabajo realizado. En el extremo opuesto se encuentra la clase trabajadora manual semi/no cualificada. La relación con el empleador queda a menudo establecida por un contrato laboral que supone un intercambio definido y de duración limitada a cambio de esfuerzo, con una supervisión directa del trabajo desempeñado y habitualmente con unas condiciones de trabajo más precarias (Muñoz Comet y Martínez Pastor, 2017).

En el gráfico 3 podemos observar cómo, en términos generales, la clase trabajadora manual semi/no cualificada está más presente entre los nacidos en el extranjero que entre los autóctonos. Asimismo, la clase de servicio tiene más peso entre estos últimos que entre los primeros. Estos resultados están en línea con otros estudios que confirman una concentración de la población inmigrante en las posiciones más bajas de la estructura ocupacional. Sin embargo, del gráfico 3 se desprende que la mayor presencia de los autóctonos en la parte más alta de la estructura guarda relación con el tamaño de la ciudad. Si en los municipios de menos de 100.000 habitantes un 20 por ciento de los nativos pertenece a la clase de servicio, en los municipios por encima del millón de habitantes la cifra se aproxima al 50 por ciento. Esta relación, en cambio, es más débil entre la población inmigrante, para quienes la mejora de la estructura ocupacional en las dos grandes urbes es más limitada. De esta manera, lo que encontramos es que las ya conocidas diferencias entre población activa nacida en España y nacida en el extranjero se amplían cuanto más grande es el municipio. En concreto, si en las ciudades de menos de 100.000 habitantes, por cada 100 autóctonos de clase trabajadora manual encontramos 158 inmigrantes, en las ciudades de más de un millón de habitantes la cifra se incrementa a 409 inmigrantes (por cada 100 nativos). En el extremo opuesto, por cada 100 autóctonos residentes en ciudades pequeñas que pertenecen a la clase de servicio, encontramos 58 inmigrantes; en las dos urbes de mayor tamaño en España la ratio pasa a ser de 100/44. Se podría decir que el aumento de la desigualdad se produce en ambos extremos de la estructura social, aunque, especialmente, en las posiciones más bajas.

3. ¿El tamaño de la ciudad influye realmente en la desigualdad?

3.1. Pertenencia a la clase trabajadora manual semi/no cualificada

Comprobar en qué medida la desigualdad social entre inmigrantes y autóctonos aumenta efectivamente en las ciudades de mayor tamaño exige la estimación de una serie de modelos estadísticos sobre la probabilidad de pertenecer a algunos de los dos extremos de la estructura social (cuadro 1, apéndice). De lo que se trata es de averiguar si los cambios en la desigualdad detectados según el tamaño de municipio son estadísticamente significativos y, si lo fueran, de aclarar si se deben a diferencias en la composición sociodemográfica entre ambas poblaciones, especialmente de sus niveles de cualificación y del tiempo acumulado en el mercado laboral y, por extensión, de los años de residencia en España en el caso de los inmigrantes.

En el gráfico 4 se aprecia cómo cambia la desigualdad en términos de formar parte de la clase más baja de la estructura social en función del municipio. El subgráfico de la izquierda muestra el efecto absoluto del tamaño de la ciudad según la población haya nacido o no en España. En las ciudades más pequeñas (<100.000 habitantes), los inmigrantes tienen una probabilidad de pertenecer a la clase trabajadora manual 19,8 puntos porcentuales por encima de la de los autóctonos. La brecha en ciudades de tamaño pequeño-medio (100.000-349.999 habitantes) aumenta 7,2 puntos, aunque el modelo estimado indica que ese cambio no es estadísticamente significativo. Por el contrario, en las ciudades de tamaño medio-grande (350.000-999.999) y grandes (>1 millón) la desventaja de los inmigrantes con respecto a los autóctonos se amplía 12,5 puntos y 19,9 puntos, respectivamente. En otras palabras, cuanto más grande es la ciudad, mayor es la distancia entre inmigrantes y autóctonos en su probabilidad de trabajar en la ocupaciones de menor cualificación.

Ahora bien, sabemos que las grandes urbes atraen a los trabajadores, especialmente a los más productivos. En la medida en que la selección de trabajadores más cualificados se produzca en mayor medida entre la población autóctona, el cambio en la desigualdad podría dejar de producirse una vez se tengan en cuenta esas diferencias. Para contrastar esta hipótesis, en el subgráfico de la derecha del gráfico 4 se han tenido en cuenta –además del sexo, la presencia de hijos en el hogar y la ratio de ocupaciones en la provincia– el nivel educativo y el tiempo potencial en el mercado laboral de los individuos. Los resultados del modelo estimado muestran que una persona con estudios universitarios tiene una probabilidad de 49,1 puntos porcentuales más baja que otra con estudios primarios o más bajos de pertenecer a la clase trabajadora manual semi/no cualificada (ver modelo 2 del cuadro 1). Por el contrario, los años acumulados en el mercado laboral no marcan una diferencia.

Una vez controlados estos factores, lo que se aprecia es que el incremento de la brecha en ciudades de tamaño pequeño, medio-pequeño y, ahora sí, medio-grande deja de ser estadísticamente significativo. En estas últimas, por tanto, el aumento de la desigualdad que reflejaba el subgráfico de la izquierda queda explicado por factores de composición: en comparación con ciudades de menor tamaño, las diferencias entre inmigrantes y autóctonos por nivel educativo son todavía más grandes. Dicho esto, el subgráfico de la derecha muestra que el mayor riesgo de los inmigrantes de pertenecer a la clase manual trabajadora se agranda en municipios de más de un millón de habitantes, es decir, en Madrid y Barcelona. En concreto, la brecha entre los nacidos en España y en el extranjero aumenta 13,5 puntos porcentuales en estas dos ciudades.

Las mayores diferencias en el nivel educativo en las grandes ciudades, por tanto, nos ayudan a explicar en torno a un tercio del incremento de la desigualdad absoluta en las dos principales metrópolis españolas. Pese a ello, y sin que aquí podamos explicar las razones que subyacen de fondo, en los municipios de más de un millón de habitantes los inmigrantes, ceteris paribus, están más penalizados con respecto a autóctonos que en el resto de ciudades de menor tamaño.

3.2. Acceso a la clase de servicio

Para conocer qué ocurre en la parte superior de la estructura social, en el gráfico 5 se ha procedido de la misma manera que en el gráfico anterior. Por un lado, el subgráfico de la izquierda muestra que la desventaja absoluta de la población inmigrante es aún más grande en municipios por encima de los 349.999 habitantes: la brecha se amplia 9,7 puntos en ciudades de tamaño medio-grande, y 17,6 puntos en las grandes. Por tanto, podemos decir que al igual que con la probabilidad de pertenecer a la clase trabajadora manual, la desigualdad en el acceso a la clase de servicio se incrementa en municipios con un mayor número de habitantes. Pero, de nuevo, ¿hasta qué punto puede este hecho ser producto de los cambios en la composición de la población inmigrante y nativa según el tamaño del municipio?

El subgráfico de la derecha (gráfico 5) muestra los efectos del tamaño de la ciudad tras controlar por el nivel educativo y el tiempo potencial en el mercado laboral (además de por sexo, tener o no tener hijos y la ratio de ocupación), ambos, factores decisivos a la hora de poder acceder a lo más alto de la estructura social. En concreto, el modelo estimado indica que contar con educación universitaria incrementa 63,2 puntos porcentuales la probabilidad de pertenecer a la clase de servicio, mientras que, por cada 10 años acumulados en el mercado laboral, la probabilidad aumenta hasta 4 puntos porcentuales (ver modelo 4 del cuadro 1). El control de estas dos variables confirma la idea de que el cambio en las diferencias en la composición de ambas poblaciones subyace al aumento de la desigualdad entre ellas. En otras palabras, si generalmente el colectivo autóctono está mejor formado que el procedente del extranjero, en las ciudades de mayor tamaño las diferencias resultan aún más marcadas. Así, una vez aisladas esas dos variables, la brecha neta entre inmigrantes y autóctonos se mantiene constante, con independencia del tamaño del municipio (en torno a 6 puntos porcentuales).

4. Conclusiones

La investigación sobre las condiciones de vida en las aglomeraciones urbanas destaca las ventajas de las grandes ciudades a la hora de obtener salarios más altos y oportunidades de empleo. Al mismo tiempo, la evidencia empírica también ha advertido de los procesos de polarización en las grandes urbes, pudiendo acentuar la desigualdad entre trabajadores. Sobre este trasfondo, en este artículo se ha comparado la probabilidad que tienen los inmigrantes y los autóctonos residentes en España de acceder a los dos extremos de la estructura social –la clase de servicio y la clase trabajadora manual semi/no cualificada– analizando, asimismo, en qué medida las diferencias encontradas entre ambos grupos varían dependiendo del tamaño del municipio.

Los resultados de esta investigación aportan al menos tres conclusiones de interés para el fenómeno tratado. En primer lugar, la desigualdad existente entre inmigrantes y nativos aumenta con el tamaño del municipio de residencia. En comparación con la población autóctona, los nacidos en el extranjero tienen un mayor riesgo de formar parte de la clase social más baja, y una menor probabilidad de pertenecer a la más alta. Si bien esto ya se conocía por otros estudios, en este artículo se ha comprobado que la desventaja que afrontan los inmigrantes crece en las grandes ciudades. En segundo lugar, una parte de los cambios en la desigualdad se debe a la composición de ambas poblaciones en los municipios más habitados. Los trabajadores más productivos prefieren las grandes ciudades, pero la atracción que ejercen estas es mayor entre los autóctonos que entre los inmigrantes. De esta manera, a igualdad de condiciones, los nacidos en el extranjero continúan teniendo una menor probabilidad de formar parte de la clase de servicio, pero esta desventaja es la misma sin importar el tamaño de la ciudad. Por el contrario, y como tercera conclusión, en este artículo se ha mostrado cómo las diferencias en la composición no son suficientes para explicar el aumento de la brecha entre inmigrantes y autóctonos en términos de acceder a la clase trabajadora manual semi/no cualificada. En este sentido se puede afirmar que, una vez controladas las diferencias sociodemográficas entre ambos colectivos, los inmigrantes afrontan una mayor desventaja en las grandes ciudades.

Las razones por las que la desigualdad en la parte más baja de la estructura social aumenta con el tamaño de las ciudades de residencias de los trabajadores no quedan despejadas en este estudio. Sin embargo, las explicaciones podrían estar relacionadas con los efectos de las aglomeraciones que caracterizan las grandes urbes. Es sabido que la segregación residencial y socioeconómica, más prevalente en las ciudades más habitadas, conduce a peores resultados educativos y laborales (Chetty, Hendren y Katz, 2016). En el caso concreto de la población procedente del extranjero, los enclaves étnicos ofrecen oportunidades de empleo al llegar al país de destino, pero algunos estudios han cuestionado sus ventajas y apuntan a peores resultados económicos a largo plazo para aquellos inmigrantes que residen en ellos (Xie y Gough, 2011).

Asimismo, también habría que considerar las consecuencias de vivir en ciudades donde los costes de vida son especialmente elevados (Moretti, 2013). La urgencia de obtener recursos financieros puede precipitar la aceptación de empleos cuyas perspectivas laborales son más limitadas, con el riesgo que supone acceder al segmento secundario del mercado de trabajo. Si bien cualquier persona que reside en ciudades de gran tamaño deberá hacer frente a esos costes de vida, la población inmigrante es especialmente vulnerable al disfrutar en menor medida de redes de apoyo (familiares y financieras) de las que la autóctona sí dispone. Esta necesidad de obtener ingresos de manera inmediata puede frustrar cualquier intento de plantear una trayectoria laboral ascendente.

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NOTAS

* Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, UNED (jmcomet@poli.uned.es).

** IE School of Global and Public Affairs (ffernandezmonge@faculty.ie.edu).

1 Según datos del Padrón Continuo, la población de Bilbao ascendía 346.843 habitantes en 2019.

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