Juntos en los malos tiempos: la percepción social de la economía en España (2000-2023)

Juntos en los malos tiempos: la percepción social de la economía en España (2000-2023)

Fecha: junio 2023

María Miyar Busto*

Eficiencia, Mercado de trabajo, Políticas activas de empleo

Panorama Social, N.º 37 (junio 2023)

Este artículo analiza la evolución de la percepción social de la economía en España en el periodo 2000 a 2023 y estudia sus determinantes. Pone de relieve el impacto permanente de la crisis financiera de 2008 en la opinión pública sobre la economía, del que aún no se ha recuperado. Además, encuentra que, mientras que durante las crisis las variables sociodemográficas apenas contribuyen a explicar la valoración de la situación económica, es en periodos de expansión cuando se encuentran mayores diferencias en función del sexo o la situación laboral. Por último, apunta a la relevancia de la ocupación en el sector público, frente al privado, en la valoración de la economía.

1. introducción

La economía, una fuerza tangible y a la vez abstracta, entrelaza sus hilos con la sociedad de forma compleja. Más allá de sus fluctuaciones y tendencias, el desempeño económico actúa para la sociedad como un reflejo de su estado de salud y un indicador de sus perspectivas. En este sentido, la percepción social de la situación económica juega un papel crucial al condensar elementos sociales, políticos y psicológicos que forjan la imagen que la sociedad tiene de sí misma y de su funcionamiento.

El periodo transcurrido desde el inicio del siglo XXI hasta hoy ha estado protagonizado por una intensa interacción entre las esferas económica y social. La globalización, la revolución tecnológica, la crisis financiera y la pandemia por COVID-19 han convergido para tejer una realidad económica inseparable de rápidos cambios sociales. En los cruces entre las dos dimensiones, se puede esperar que la situación económica repercuta en distintos aspectos sociales, al tiempo que la forma en que la sociedad interpreta el estado de su economía influya en sus decisiones económicas (tanto individuales como colectivas), pudiendo contribuir conjuntamente a cambios en los comportamientos económicos, sociales y políticos.

Aunque desde las ciencias sociales se han estudiado sobre todo los determinantes y consecuencias de la opinión pública sobre la economía en lo relativo al comportamiento político (Evans y Pickup, 2010), el interés de este tema es también crucial para explicar muchas de las dinámicas económicas más importantes. Por ejemplo, la forma en que se percibe la economía y su crecimiento puede afectar al comportamiento del consumidor, las decisiones de inversión, las estrategias empresariales, las políticas económicas y los mercados financieros (Jacobsen et al., 2014; Kacperczyk, 2002). Más allá del ámbito económico, la valoración de la situación económica puede influir en el bienestar psicológico de los individuos, la confianza en las instituciones, la estabilidad social y política, la participación ciudadana y política y la cohesión social.

En el caso español, esta centralidad de la economía en la configuración de la opinión pública es clara y se refleja, por ejemplo, en la relevancia que los ciudadanos otorgan a la cuestión económica al responder a la pregunta sobre los tres principales problemas sociales que afectan al país, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). A lo largo de su serie histórica, tanto el paro como los problemas de índole económica han ocupado consistentemente los primeros puestos en esta lista. En el mes previo al inicio de la pandemia, el desempleo y los retos económicos eran las preocupaciones más frecuentes, con un 60 y un 29 por ciento de los encuestados españoles identificándolos como uno de los tres problemas sociales principales en España. Las consecuencias sociales de la percepción de la situación económica se ponen también de manifiesto al considerar el papel que varios autores le han dado para explicar el auge del populismo en España a raíz de la Gran Recesión (Hernández y Kriesi, 2016; Rico y Anduiza, 2019).

Pero ¿qué factores determinan la percepción que los individuos tienen sobre la salud económica de su país? Si bien la marcha real de la economía y la situación económica personal tienen un peso crucial a este respecto, la literatura especializada ha puesto de relieve que también otros elementos demográficos, sociales y políticos intervienen en la evaluación de la economía. En efecto, la diversidad de formas con que se experimenta la situación económica influye en la valoración que se hace de ella (Hellwig y Marinova, 2023). También, factores como la edad, el sexo, el nivel educativo, la simpatía con el partido en el gobierno, los medios de comunicación o algunos sesgos cognitivos se relacionan intensamente con la percepción de la economía.

Este artículo explora cómo la sociedad española ha interpretado sus cambios económicos a lo largo del periodo 2000-2023. El periodo de análisis seleccionado, en el que se han sucedido crisis y expansiones de distinta duración y naturaleza, permite conocer cómo las tendencias económicas impactan en la opinión pública, pero también contribuye a entender que la relación entre algunas características sociodemográficas y la percepción puede variar en los buenos y en los malos tiempos. A este respecto, en este artículo se consideran tres preguntas cruciales: 1) ¿Qué factores sociales y demográficos determinan la percepción sobre la situación económica? 2) ¿El papel de los determinantes individuales en la percepción de la economía permanece inalterable a través de crisis y recuperaciones? Y 3) ¿Cuál es la importancia de esos determinantes cuando se la compara con la de la marcha real de la economía?

En este artículo se presenta, en primer lugar, la evolución de la percepción de la situación económica en España, utilizando datos de los Barómetros del CIS desde 2000 a 2023. Estos datos permiten seguir la percepción de la economía a través de distintos periodos de expansión y contracción económica. A continuación, se pone el foco en los determinantes económicos, demográficos y sociales de la opinión pública sobre la economía. Por último, se compara el papel de esos determinantes en la evaluación de la situación económica española.

2. Hacia un empeoramiento de la percepción social de la economía a través de los ciclos económicos

A lo largo de las algo más de dos décadas por las que ha transcurrido el siglo XXI, la economía española ha atravesado dos periodos de expansión (el que se había iniciado en 1994 y concluido en 2007 y 2014-2019) y dos intensas crisis económicas (2008-2013 y 2020-2021). Cada uno de esos cuatro periodos tiene características económicas propias, más allá del empeoramiento y mejora general de los indicadores económicos. Aunque no es objeto de este artículo analizar las particularidades de cada uno de esos ciclos, conviene considerar las posibles implicaciones de las principales dimensiones económicas que se suelen utilizar para describir la situación económica de los países. En efecto, y debido a la heterogeneidad con que la población experimenta el devenir económico de un país, las consecuencias en la percepción de la situación económica de distintos grupos de individuos pueden diferir según la dimensión económica considerada (Hellwig y Marinova, 2023).

El indicador por excelencia para evaluar la actividad económica y el crecimiento de un país es el producto interno bruto (PIB), que representa el valor total de bienes y servicios producidos en un país durante un periodo determinado. Su naturaleza integral le otorga una relevancia ineludible en la percepción de la economía, ya que su crecimiento se toma como sinónimo de progreso y desarrollo económico. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que no siempre refleja exhaustivamente el bienestar material de la población, puesto que no toma en consideración la distribución de los ingresos, las actividades no monetarias que contribuyen al bienestar de las personas ni otros aspectos ambientales y sociales que impactan en la calidad de vida. Se presenta aquí el crecimiento del PIB per cápita a precios constantes, es decir, considerando el tamaño de la población (que ha variado considerablemente a lo largo del periodo estudiado) y descontando la variación de los precios (frente al PIB nominal). De este modo, el indicador constituye una medida más cercana al bienestar real de la población.

Otra de las dimensiones fundamentales de la economía es la relacionada con el mercado de trabajo. Tal y como expone en este mismo número Mato (2023), citando al economista Solow, se trata de un mercado sustancialmente diferente de otros por la centralidad que tiene el empleo en la vida de las personas, entre otros motivos. Además de sus implicaciones sobre la actividad económica, el mercado de trabajo proporciona directamente a los individuos ingresos y oportunidades, lo que incide directamente en su calidad de vida y autoestima. Además, los países con altas tasas de empleo suelen presentar distribuciones de ingresos más equitativas, lo que favorece la cohesión social. En este artículo se toma como indicador del mercado de trabajo el porcentaje de población no ocupada en las edades centrales de la vida laboral (25 a 54 años) sobre el total de población.

También se puede esperar que la inflación, como indicador del aumento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios, ejerza una influencia sustancial en la percepción pública de la economía. Su impacto es tangible en el día a día de los ciudadanos, puesto que reduce el poder adquisitivo del dinero que tienen, aumenta la incertidumbre económica y dificulta la planificación financiera. Se puede esperar, además, que la inflación afecte de forma desigual a la percepción pública de la economía porque también repercute de manera desigual en distintos grupos de la población. Por una parte, las personas de bajos ingresos son más vulnerables a sus efectos porque destinan una mayor proporción de su renta al consumo, mientras que quienes poseen activos cuyo valor se incrementa con la inflación, como propiedades o acciones, se benefician del aumento de los precios. Por otra parte, la inflación también afecta de manera dispar a deudores y ahorradores. Mientras que los primeros se benefician del aumento de los precios, porque devuelven sus deudas con dinero que vale menos, sucede al contrario con los ahorradores, puesto que la capacidad adquisitiva del dinero ahorrado disminuye. En este análisis se presentan los datos del crecimiento interanual de los precios.

Por último, el porcentaje de población en situación de pobreza constituye un indicador que refleja el acceso limitado a bienes y servicios esenciales, como alimentación adecuada, vivienda, educación y atención médica, que son pilares fundamentales del bienestar. Una elevada proporción de personas viviendo en la pobreza indica limitaciones en la capacidad económica de una sociedad para proporcionar condiciones de vida dignas y satisfactorias a su población. Tal y como han puesto de relieve Hellwig y Marinova (2023), esta información puede ser especialmente relevante en la configuración de una opinión sobre la situación económica para aquellos en situaciones más vulnerables. En este artículo se toma como referencia el indicador de carencia material severa de la Encuesta de ­Condiciones de Vida (ECV) del INE, que se refiere al porcentaje de población que carece de cuatro conceptos o más de un listado de nueve1.

La evolución de los indicadores considerados para el periodo 2000-2022 se presenta en el gráfico 1. En el gráfico 2 se recoge la evolución anual de la percepción pública sobre la economía a partir de datos de todos los Barómetros del CIS entre enero del año 2000 y abril de 2023, considerando el porcentaje de personas que consideran que la situación económica general del país es mala o muy mala, regular y buena o muy buena. De los datos se desprenden varias dinámicas. En primer lugar, puede afirmarse que la correspondencia de las fluctuaciones de la opinión pública con los ciclos económicos es muy estrecha y la rapidez con que la población reacciona ante cambios en las tendencias económicas es considerable.

Se pueden distinguir tres periodos netamente separados. El primero de esos periodos, desde 2000 hasta 2007, se caracteriza por una opinión pública sobre el estado general de la economía española claramente positiva (gráfico 2). En el año 2000, solo un 10 por ciento de los encuestados consideraban la situación económica como mala o muy mala y, aunque la opinión mayoritaria era que la situación económica era regular (algo más de cuatro de cada 10 encuestados así lo declaraban), el porcentaje de los que la calificaban de buena o muy buena más que cuadruplicaba el de los que la consideraban negativamente (del 45 por ciento, frente al 10 por ciento). Sin embargo, y a pesar del general carácter positivo de la opinión pública, la evolución durante ese periodo era claramente negativa. Entre 2000 y 2007 el porcentaje de los que declaraban que la situación era mala o muy mala pasó del 10 al 25 por ciento, mientras que el de las personas que opinaban que era buena o muy buena pasó del 45 al 25 por ciento, de forma que, a las puertas de la crisis financiera, los tamaños de los grupos que hacían valoraciones negativas o positivas se igualaron. Curiosamente, esa tendencia se daba al tiempo que el PIB real per cápita seguía creciendo y el porcentaje de población desocupada en la etapa central de la vida laboral disminuía en nueve puntos porcentuales (del 31 al 22 por ciento) (gráfico 1).

La irrupción de la crisis financiera en la segunda mitad de 2007 constituyó un golpe sin precedentes para la opinión pública española. La Gran Recesión supuso una intensa pérdida de puestos de trabajo (3,7 millones entre el tercer trimestre de 2007 y el primer trimestre de 2013). Además, el crecimiento del PIB se situó en términos negativos (o cercanos al 0 por ciento) durante 21 trimestres consecutivos, lo que refleja de manera inequívoca la severidad de la crisis, así como su prolongada duración. Entre mediados de 2007 y hasta febrero de 2009, el porcentaje de personas que calificaban la situación económica de mala o muy mala pasó del 25 al 75 por ciento, al mismo tiempo que prácticamente desaparecían los que la calificaban de buena o muy buena, pasando del 25 al 3 por ciento (gráfico 2). Este cambio en la opinión pública, perceptible desde mediados de 2007 sucedió con cierta anticipación a la caída del PIB, que no se constató hasta 2008. El cambio económico más perceptible durante esos meses fue el del detenimiento de la caída de la desocupación que se había registrado en los años precedentes. A la luz de esta evolución, no parece que el punto de inflexión en la opinión pública al inicio de la Gran Recesión esté ligado a un empeoramiento general de las condiciones económicas, sino más bien a la constatación por parte de la población española de un cambio de ciclo.

Aunque la rapidez con la que la valoración negativa de la economía se convirtió en mayoritaria fue similar a la de la crisis de 1993, la duración de la Gran Recesión condujo la opinión crítica sobre la economía a niveles que nunca, desde que se dispone de datos, se habían registrado. En diciembre de 2012, el 93 por ciento de los entrevistados declararon que la situación de la economía española era mala o muy mala y el porcentaje de los que la calificaron de buena o muy buena se situó en el 0 por ciento.

Por otra parte, cabe destacar que el impacto de la crisis financiera parece haber tenido consecuencias permanentes. A pesar de que tanto el PIB real per cápita y su crecimiento como el porcentaje de población desocupada alcanzaron durante los años de expansión posteriores cifras incluso mejores a los del periodo 2000-2007, la opinión pública nunca ha vuelto a ser tan favorable. De hecho, solo en algunos momentos coyunturales, justo antes de la crisis de la pandemia de COVID-19, el porcentaje de personas que manifestaban una valoración negativa de la situación económica ha bajado hasta niveles inferiores al 50 por ciento.

Por último, es importante mencionar la imposibilidad de interpretar en su justa medida el nuevo y radical aumento de la opinión crítica sobre la economía que coincidió con la crisis de la pandemia. El inicio de las restricciones impuestas por la crisis sanitaria y las consecuencias económicas derivadas de ellas se produjeron justo en el mismo mes en que se introdujo un cambio metodológico importante en los Barómetros del CIS respecto a esta pregunta. El trabajo de campo del último barómetro que utilizó la metodología anterior, en marzo de 2020, se había realizado en la semana previa a la declaración del estado de alarma. A partir de abril de 2020 los encuestadores dejaron de ofrecer a los entrevistados la opción “regular”, de modo que desde entonces esta respuesta solo se anota si el encuestado la contesta espontáneamente. Este sustancial cambio metodológico, del que se puede esperar una reducción en el número de personas que escogen la opción “regular” (y por lo tanto un aumento del resto de posibles respuestas) imposibilita el análisis del shock sobre la opinión pública del radical cambio de escenario que se produjo en esas semanas.

En todo caso, cabe señalar que la percepción negativa sobre la economía fue mayoritaria en los meses en los que la situación de emergencia sanitaria y las restricciones se mantuvieron. En marzo de 2021, el 89,7 por ciento de los encuestados calificaban la situación de la economía española de mala o muy mala y solo el 3,3 por ciento la definían como buena o muy buena. Además, a partir de febrero de 2022 se produjo un nuevo aumento claro de la proporción de personas con opinión negativa, que puede relacionarse con el incremento de la inflación o del porcentaje de personas con carencia material severa, que son los únicos indicadores que empeoran en ese periodo.

3. Los determinantes de la percepción social sobre la situación económica

Como se avanzaba en la introducción, la forma en que los ciudadanos perciben y evalúan la situación económica de un país es el resultado de una interacción compleja entre diversos factores individuales y colectivos. Entre las variables demográficas o sociales que pueden influir en esta dimensión de la opinión pública destacan el sexo, el nivel educativo y la situación laboral. De hecho, una de las discusiones propias de la literatura sobre este tema hace referencia al papel de la situación económica personal en la valoración de la situación económica colectiva. En este sentido, la hipótesis del interés propio señala que las evaluaciones de la situación económica están mediadas por la vivencia personal, de forma tal que quien experimenta circunstancias económicas adversas juzga más negativamente la situación económica general. Frente a esta hipótesis, se presenta el modelo de ciudadano sociotrópico, que juzga la situación económica en función del contexto general. A ese respecto se han encontrado evidencias contradictorias, casi todas procedentes de análisis con datos estadounidenses. Por ejemplo, Mutz (1992) pone de relieve cómo los episodios personales de desempleo influyen en las percepciones sobre la situación general, mientras que Kinder et al., (1989) no encuentran evidencias en ese sentido o Books y Prysby (1999) enfatizan el papel del desempleo general frente al riesgo de desempleo propio. Funk y Garcia-Monet (1997) encuentran tan solo una evidencia débil sobre la influencia de las experiencias personales en la evaluación global de la economía.

Si la situación económica personal influye en la percepción de la situación general, en la medida en que muchas características sociodemográficas se relacionan con la primera, se puede esperar que tengan consecuencias, de forma indirecta, sobre la percepción de la economía. Por ejemplo, las personas ocupadas realizan evaluaciones más positivas de la situación económica (Hellwig y Marinova, 2023). En todo caso, pueden también tener un efecto directo. En concreto, las evidencias sugieren que, en general, hombres y mujeres tienen diferentes visiones sobre la economía. Algunos análisis han demostrado que los hombres tienden a ser más optimistas en sus evaluaciones económicas, mientras que las mujeres pueden ser más moderadas o pesimistas (Bjuggren y Elert, 2019; ­Jacobsen et al., 2014). Esta pauta puede deberse a una variedad de causas, tanto debido a sus diferentes biografías laborales o experiencias como consumidores como a otros factores como las habilidades, las preferencias o los conocimientos (D’Acunto et al., 2021; Hellwig y Marinova, 2023; Jacobsen et al., 2014). También la edad puede jugar un papel importante en cómo se percibe la economía debido a los cambios en las prioridades a lo largo del ciclo de vida. Además, se puede esperar un efecto cohorte, puesto que el momento biográfico en que las personas han experimentado diferentes acontecimientos económicos varía en función de cuándo nacieron.

Asimismo, el nivel educativo influirá en la percepción de la situación económica a través de diferentes vías. Por ejemplo, Hellwig y Marinova (2023) encuentran que aquellos con mayor nivel educativo tienden a realizar evaluaciones más positivas. Además de sus consecuencias sobre la situación económica personal, el nivel educativo se relaciona con un mayor conocimiento sobre la situación económica y una mayor comprensión de esta.

Quizás el aspecto que más atención ha atraído en la literatura sobre el tema ha sido el de la influencia de la ideología y la adscripción partidista, ámbito que no será objeto del análisis de este artículo. En este mismo número, Rojo (2023) señala cómo la valoración de la situación económica depende, en gran medida, de la simpatía con el partido político en el gobierno. Otro de los temas recurrentes en esta literatura es la exploración de cómo los medios de comunicación intervienen en la percepción económica de los ciudadanos. Dada la imposibilidad de conocer la situación económica de todas las regiones, grupos y ciudadanos de un país, cabe esperar que efectivamente los medios de comunicación tengan una influencia determinante a este respecto. En el ámbito americano varios autores han señalado cómo los medios de comunicación contribuyen decisivamente a la configuración de la percepción pública sobre la economía (Mutz, 1994; Soroka, 2006; Soroka et al., 2015), aunque también existen evidencias que sugieren que la causalidad puede funcionar a la inversa: los medios de comunicación adaptan sus discursos a la opinión de sus públicos (Gentzkow y Shapiro, 2010).

Para analizar los determinantes de la percepción social sobre la situación económica, se ha construido un fichero agregando los microdatos de los Barómetros del mes de noviembre del periodo 2000-2022. La muestra total fruto de la agregación de todos estos Barómetros es de 64.280 personas. Desafortunadamente, además de la discontinuidad de los datos debido al cambio metodológico producido en abril de 2020, a partir de 2020 tampoco está disponible la información sobre la situación profesional y el lugar de trabajo.

En el cuadro 1 se recoge la información sobre el porcentaje de personas que califican la situación económica como de mala o muy mala en el periodo 2000 a 2022, según distintas variables sociodemográficas y económicas. Para el conjunto del periodo, el 56 por ciento de los entrevistados evaluaron la situación económica de forma negativa. Como cabía esperar, se encuentran diferencias en función del sexo: el 58 por ciento de las mujeres así lo declaran, frente al 54 por ciento de los hombres. También la edad parece relacionarse con la valoración de la situación económica, que es más negativa a medida que aumenta la edad, a excepción del grupo de 65 años o más.

En cuanto al nivel educativo, no parece existir una relación lineal con la percepción de la situación económica, aunque sí destaca como negativa la de aquellas personas que cursaron formación profesional (cuadro 1). Más clara es la relación con la situación laboral. Las personas que estudian, trabajan o reciben pensiones tienen una visión más positiva que las personas en paro. En todo caso, la situación profesional también parece ser un factor relevante en la descripción de la percepción social de la situación económica. Los datos previos a 2020 apuntan a que esta es una variable fundamental en la explicación de la opinión sobre la economía. Mientras las personas que trabajan en el sector público o en empresas públicas tienen una percepción más positiva (el 47 por ciento manifiesta una opinión negativa) la visión de los asalariados en el sector privado es más negativa (54 por ciento), y la de empresarios, autónomos y otros se sitúa en un punto intermedio (49 por ciento).

Por otro lado, la evidencia sugiere algunas diferencias en la traslación de la situación económica a la opinión pública en función del indicador utilizado. El porcentaje de desocupados en la etapa central de la vida laboral se relaciona negativamente con la valoración negativa de la economía solo cuando la proporción de desocupados supera el 30 por ciento. En todo caso, la percepción negativa se dispara cuando el peso de los desocupados supera el 32,5 por ciento de la población. En esos momentos de alta desocupación, el porcentaje de personas que definen la situación económica como mala o muy mala alcanza el 90 por ciento. Respecto al crecimiento del PIB real per cápita, la relación con una opinión pública negativa se da solo, en términos descriptivos, cuando el PIB disminuye. En ese caso, el 82 por ciento de los entrevistados muestran una opinión negativa. El porcentaje de población en situación de carencia material severa sí muestra, en términos agregados, una relación clara, y más lineal, con el porcentaje de entrevistados que manifiestan una valoración negativa de la situación económica, sobre todo cuando supera el 5 por ciento. También la inflación interanual presenta una relación estrecha con el porcentaje de personas con una visión crítica de la economía, aunque no lineal, fruto, probablemente, de su relación compleja con el ciclo económico. La inflación negativa (disminución de los precios) se asocia con un elevado porcentaje de personas (81 por ciento) que declaran que la situación económica es mala o muy mala. Una vez que la inflación supera el cero por ciento, se observa que a menor inflación, menor porcentaje de calificaciones negativas de la economía. Ha de tenerse en cuenta que los únicos momentos en que se puede encontrar inflación negativa en el periodo estudiado es en los años inmediatamente posteriores al pico de la crisis financiera (gráfico 1).

4. Iguales en las crisis, distintos en las expansiones

La información disponible para el periodo 2000-2022 en los Barómetros del CIS revela la radical importancia del ciclo económico para el alcance de consensos en la opinión pública sobre la situación económica. A este respecto, uno de los resultados más llamativos se corresponde con la relación del sexo con la percepción de la situación económica. En el gráfico 3 se muestra la evolución del porcentaje de personas que describen la situación general de la economía española como mala o muy mala a lo largo del periodo 2000-2022 ­(Barómetros correspondientes al mes de noviembre). A la luz de los datos, la opinión más negativa de las mujeres se concentra, casi exclusivamente, en los periodos de expansión económica. Por ejemplo, entre 2002 y 2007 el porcentaje medio de mujeres que declaraban que la situación económica española era mala o muy mala superó en ocho puntos porcentuales al de los hombres (28 y 20 por ciento, respectivamente). Tal y como se desprende del gráfico 3, en el periodo de expansión 2015 a 2019 el porcentaje medio de mujeres que evaluaban negativamente la situación económica española superaba en ocho puntos el de los hombres (60 frente a 52 por ciento). Sin embargo, en los momentos de crisis económica, cuando la opinión negativa es absolutamente mayoritaria, hombres y mujeres se igualan en sus declaraciones.

Como se ha señalado anteriormente, la diferente opinión de hombres y mujeres sobre la economía puede responder a factores psicológicos, pero también puede estar ligada a su diferente posición y experiencia en el mercado de trabajo. Con el objetivo de explorar la relación entre la situación laboral, el sexo y la percepción de la economía, en el gráfico 4 se presenta el porcentaje de hombres y mujeres entre 25 y 54 años (en la etapa central de la vida laboral) que opinan que la situación económica es mala o muy mala en función de si trabajan o están en paro (para favorecer la sencillez del análisis, se excluyen estudiantes e inactivos). De esta evidencia se desprende que, efectivamente, la situación laboral se relaciona intensamente con la percepción de la economía, pero también que las diferencias en las percepciones de hombres y mujeres no se deben únicamente a la ocupación, puesto que, una vez tenida en cuenta, se siguen encontrando diferencias significativas.

En la información disponible en el gráfico 4 se observa cómo, en el primer periodo considerado (2000-2007), de crecimiento económico, tanto los hombres como las mujeres que trabajan tienen una percepción más positiva que los que no lo hacen, aunque persisten las diferencias entre hombres y mujeres ocupados (son más positivos los hombres). A partir de 2008 las diferencias por sexo pierden importancia, aunque persiste la distancia entre las opiniones de ocupados y parados. Como cabe esperar, los parados son más negativos en sus percepciones, aunque en el pico de la crisis, 2013, las percepciones de los cuatro grupos (hombres y mujeres ocupados y parados) se igualan. A partir de 2015 vuelven a aumentar las diferencias y de nuevo son más optimistas los que trabajan y, a su vez, más los hombres que trabajan que las mujeres. El mayor pesimismo de las mujeres paradas se percibe solo (pero muy claramente) en 2017 y 2018. La llegada de la crisis generada a partir de la pandemia por COVID-19 coincide, de nuevo, con una desaparición de las diferencias entre los cuatro grupos.

Este análisis pone de relieve que el papel del género como determinante de la valoración­ de la situación económica varía en función del ciclo económico, en consonancia con los resultados de Bjuggren y Elert (2019), que encuentran que en épocas de crisis económica, las diferencias de género en el optimismo disminuyen. Pero, además, la evidencia también apunta a que las diferencias de género que se encuentran en los periodos de expansión económica se concentran sobre todo entre hombres y mujeres ocupados. Por otro lado, la crisis financiera igualó, en un primer momento, las percepciones de hombres y mujeres ocupados y solo al extenderse su duración y convertirse en dominante la valoración negativa, se consiguió un consenso en las valoraciones de ocupados y parados. Es decir, existe más variabilidad en la explicación de la percepción sobre la situación económica en “los buenos tiempos”, tanto en las etapas álgidas del ciclo económico como entre los que disfrutan una mejor posición en ese momento. A pesar de la célebre frase de Tolstói sobre que “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, la evidencia sobre la percepción social de la economía apunta en dirección contraria. De esta información se desprende la relevancia del momento del ciclo económico para explicar cómo se configura la opinión pública sobre la situación económica, pero también la insuficiencia de los análisis coyunturales para explicarla.

5. ¿Qué influye más, la realidad colectiva o la personal?

Hasta ahora el análisis ha puesto de relieve que, aunque por supuesto la opinión pública se deja influir fuertemente por la situación económica general, también las variables sociodemográficas se relacionan con la forma en que se percibe la economía, especialmente en los momentos de crecimiento económico. Sin embargo, resta saber qué efecto tiene cada una de las variables cuando se mantienen fijas las demás. Por ejemplo, cómo interviene el nivel educativo sobre la percepción de la situación económica una vez que aislamos el efecto del sexo, la edad o el ciclo económico.

En este apartado se aborda ese análisis a partir de la estimación de varios modelos de regresión logística. En el primero se estima la probabilidad de formular una opinión negativa sobre la situación económica general de España para toda la población española en el periodo 2000-2022. En el segundo, y para mejorar la compresión de los efectos de la situación laboral sobre la percepción de la economía, se repite el modelo incluyendo únicamente a los ocupados. Se añade a la estimación, además, la información sobre la situación profesional (ocupado en el sector público, asalariado en el sector privado o empresario, autónomo y otros). Debido a la ausencia de información sobre la situación profesional a partir de 2020, el segundo modelo se estima únicamente para el periodo 2000-2019.

En el cuadro 2 se presentan los efectos marginales medios (segunda columna) correspondientes a la estimación del primer modelo, en el que se incluye a toda la población. Los resultados ponen de relieve, por una parte, la mayor probabilidad de las mujeres de declarar una opinión negativa sobre la situación económica, una vez tenidas en cuenta otras variables demográficas, sociales y relativas al ciclo económico. La edad no aparece como un factor muy relevante en la configuración de la percepción sobre la economía, excepto en el caso de los mayores de 64 años, que parecen tener una visión más positiva de la situación económica. La diferencia en la probabilidad de una opinión negativa entre estos y el grupo de referencia, el de 35 a 49 años (del 6 por ciento) es equivalente a la registrada entre hombres y mujeres (del 5 por ciento). En cuanto al nivel educativo, la relación con la opinión crítica de la economía es positiva: a mayor nivel educativo, mayor probabilidad de evaluar críticamente la situación económica.

Respecto a una de las variables más importantes de este análisis, la situación laboral, las mayores diferencias se encuentran entre parados y los ocupados, con una diferencia en la probabilidad del 6 por ciento (segunda columna del cuadro 2). Estos resultados avalan la idea de que la situación personal influye en la percepción de la economía, independientemente de las circunstancias económicas generales.

En cuanto a la capacidad explicativa de las variables relativas al ciclo económico, la estimación da cuenta de cómo el porcentaje de población en situación de carencia material severa se relaciona muy intensamente con la opinión pública sobre la economía. La diferencia en la probabilidad de una opinión negativa entre los momentos con un porcentaje de pobreza del 6 por ciento y los que presentan un 8 por ciento es similar a la diferencia entre un crecimiento del PIB real per cápita entre el 0 y el 2 por ciento o una disminución del PIB. Los resultados también llaman la atención sobre la centralidad del mercado de trabajo en la configuración de la opinión pública. La probabilidad de emitir un juicio negativo sobre la situación económica es un 15 por ciento menor cuando el porcentaje de desocupados se sitúa por debajo del 27,5 por ciento que cuando está entre el 30 y el 32,5 por ciento de la población.

Por último, la información recogida en el cuadro 2 sugiere que la crisis financiera de 2008 ha tenido consecuencias permanentes sobre la opinión pública. Independientemente de otros indicadores económicos, la probabilidad de evaluar negativamente la situación económica es un 33 por ciento mayor a partir de 2008. La mayor probabilidad de valoraciones negativas detectada a partir de la crisis de la pandemia es difícil de evaluar debido al cambio metodológico en los datos, antes señalado.

En el cuadro 3 se recoge la estimación de la misma probabilidad para el conjunto de ocupados durante el periodo 2000-2019. A la luz de los resultados se puede concluir que, mientras que los coeficientes de casi todas las variables son similares a los correspondientes al modelo anterior, para las personas que trabajan la pobreza no resulta un indicador tan significativo como para la población general que se presentaron en el modelo del cuadro 2. Estos resultados van en la línea de las conclusiones de Hellwig y Marinova (2023) sobre la relevancia de la pobreza para la formación de una opinión sobre la situación económica entre los más vulnerables. Pero, además, la estimación pone de relieve cómo la situación profesional también interviene en la percepción de la economía (últimas tres filas, segunda columna del cuadro 3). Los ocupados en el sector privado tienen una probabilidad un 3 por ciento mayor que los que trabajan en el sector público de manifestar una opinión negativa sobre la economía.

6. Conclusiones

En este artículo se ha estudiado la evolución de la percepción social sobre la situación económica de España para el periodo 2000-2023. El análisis ha puesto de relieve el impacto que la profundidad y duración de la Gran ­Recesión supuso para la opinión pública española. Además de su contribución al crecimiento de actitudes populistas detectado por otros autores, la Gran Recesión trajo consigo un aumento permanente de las valoraciones negativas sobre la economía española, a pesar de la recuperación del crecimiento del PIB y de la ocupación. Es decir, gran parte de la sociedad no fue consciente de las mejoras en la situación económica tras la crisis financiera. En los últimos tiempos, ha habido un creciente interés, desde distintos tipos de instituciones, por mejorar la cultura financiera de la población (Chuliá, 2023). Además de los avances en el conocimiento sobre dinero y finanzas, puede ser necesario mejorar la comprensión que las personas tienen de las dinámicas económicas generales, puesto que, tal y como han puesto de relieve algunos autores, las consecuencias del aumento de la percepción negativa de la economía pueden ir más allá de las relativas al comportamiento político y la cohesión social, y afectar también a las decisiones económicas de consumo e inversión.

Por otra parte, el análisis llama la atención sobre la necesidad de mejorar la comprensión sobre los factores sociales y demográficos que afectan a la opinión pública sobre la economía. En concreto, deberían realizarse avances para entender cómo esos factores interac­túan con el ciclo económico, así como para comprender qué factores (políticos o sociales) han podido contribuir al empeoramiento de la percepción social de la economía. La evidencia hallada en este artículo pone en cuestión la validez de los análisis coyunturales de los determinantes de la percepción social de la economía. El debate sobre la hipótesis del interés propio debe tener en cuenta cómo variables indicativas de la situación económica personal, como la situación laboral, ganan o pierden poder explicativo en diferentes fases del ciclo económico.

En este artículo se ha puesto de relieve que la dificultad para encontrar consensos sobre la situación económica se concentra en los momentos de expansión económica. Esto puede constituir una limitación para aprovechar el crecimiento y el desarrollo económico, cuando sucede. Que la sociedad entienda, de forma informada y realista, la evolución de su situación económica puede contribuir a mejorar la eficiencia de las políticas públicas orientadas hacia el crecimiento y el bienestar económico. Además, una comprensión más precisa de la situación económica podría permitir a los individuos tomar decisiones financieras más acertadas y ajustadas al ciclo económico. En última instancia, el mejor entendimiento de la esfera económica podría fomentar una mayor estabilidad, sentando así las bases para un crecimiento sostenible a largo plazo.

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NOTAS

* Universidad Nacional de Educación a Distancia y Funcas (mmiyar@poli.uned.es).

1 La lista se compone de los siguientes conceptos: no puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año; no puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días; no puede permitirse mantener la vivienda con una temperatura adecuada; no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; ha tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, recibos de gas, comunidad...) en los últimos 12 meses; no puede permitirse disponer de un automóvil; y no puede permitirse disponer de un ordenador personal.

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