Lo que realmente ayuda contra el calentamiento global

Lo que realmente ayuda contra el calentamiento global

Fecha: diciembre 2022

Bjorn Lomborg*

Cambio climático, Calentamiento global, Costes, Política climática

Panorama Social, N.º 36 (diciembre 2022)

El debate sobre el cambio climático está cada vez más conformado por una emoción: el miedo. El alarmismo no guarda proporción con la magnitud del problema. Es un problema manejable. Una percepción pública distorsionada está haciendo que descuidemos otros retos, desde las pandemias hasta la escasez de alimentos y los conflictos políticos. Si no lo detenemos, el falso alarmismo acabará empeorando el mundo.

1. introducción**

Hoy día, el debate sobre el cambio climático está cada vez más conformado por una emoción: el miedo. Este sentimiento no es sorprendente cuando se estudian los libros sobre el tema, por ejemplo, con títulos como El planeta inhóspito, La catástrofe que viene o Así se acaba el mundo1. Muchos políticos y activistas nos dicen que “el mundo se acabará en 2030 si no hacemos nada contra el cambio climático”. Esta retórica está surtiendo efecto: según una encuesta de 2019, casi la mitad de la población mundial cree que la humanidad probablemente se extinguirá debido al cambio climático (Smith, 2019).

El alarmismo no guarda proporción con la magnitud del problema. Como ya señalé en mi libro El ecologista escéptico de 2001, el calentamiento global es un problema real y causado por el hombre. Desde entonces, los científicos han recopilado datos cada vez más fiables. Sus proyecciones sobre los cambios de temperatura y la subida del nivel del mar han sido notablemente coherentes en los últimos veinte años. Al mismo tiempo, el debate público se ha basado cada vez más en el miedo. La retórica de los comentaristas y de los medios de comunicación es cada vez más radical y parece estar desconectada del conocimiento científico.

Si consideramos sobriamente los resultados de la investigación sobre el clima, una cosa está clara: el calentamiento global es real, pero no es el fin del mundo. Es un problema manejable. Una percepción pública distorsionada está haciendo que descuidemos otros retos, desde las pandemias hasta la escasez de alimentos y los conflictos políticos. Si no lo detenemos, el falso alarmismo acabará empeorando el mundo.

¿Cuál es la magnitud de los daños causados por el calentamiento global? El resultado de tres décadas de economía del clima nos muestra que el coste es moderado. Las investigaciones más fiables muestran que, si no hacemos nada, en 2100 el coste será, aproximadamente, el 3,6 por ciento del producto interior bruto mundial (Nordhaus, 2018). Este valor incluye todas las influencias negativas, desde los daños causados por tormentas más fuertes hasta el exceso de muertes debido a las olas de calor. Según las estimaciones de la ONU, la renta media de la población mundial alcanzará a finales de siglo alrededor del 450 por ciento del nivel actual (Riahi et al., 2017). El coste del 3,6 por ciento significa que, si no hacemos nada contra el cambio climático, nuestra prosperidad a finales de siglo será “solo” del 434 por ciento en lugar del 450 por ciento del nivel actual. Es un problema, pero, obviamente, no es el fin del mundo.

Sin embargo, las tácticas del amedrentamiento llevan a los gobiernos a gastar mucho dinero en medidas ineficaces e ineficientes contra el cambio climático. Y lo que es peor: los costes de las medidas golpean desproporcionadamente a los pobres del mundo, por ejemplo, en forma de mayores costes energéticos. Ya es hora de preguntarse cómo podemos combatir el cambio climático de la manera más eficaz sin empobrecer a la humanidad.

2. un imPueSto contra loS falloS del mercado

El primer paso para hacer frente al cambio climático es introducir un impuesto sobre las emisiones de CO2. Un impuesto de este tipo puede reducir en gran medida las emisiones, ayudando a limitar los efectos más perjudiciales del calentamiento global, y a un coste relativamente bajo. Sin un impuesto así, los beneficios de las emisiones recalan en quienes las causan, mientras que los efectos negativos golpean a toda la población. Se trata de un ejemplo típico de fallo del mercado. La mejor manera de remediarlo es poner precio al asunto. La cuestión es: ¿cuál debe ser ese precio?

Quizá la idea más importante de la economía del clima es que un cambio climático excesivo tiene costes considerables, pero también los tiene un “exceso” de políticas climáticas. Dado que tenemos que pagar por ambos, hemos de encontrar el nivel adecuado de políticas climáticas para minimizar el coste total tanto del cambio climático como de las políticas. Esta es la idea que le valió el Premio Nobel a William Nordhaus, el único economista del clima que lo ha conseguido. Según su modelo, que intenta incluir todos los costes de los próximos 500 años, el cambio climático nos costará probablemente unos 140 billones de dólares si no hacemos nada al respecto. Cuanto más elevado sea el impuesto sobre el CO2, más se reducirá esta cantidad. Sin embargo, al mismo tiempo, cuanto más alto sea el impuesto, mayor será su coste en términos de pérdida de prosperidad. Equilibrando costes y beneficios resulta que la solución más eficiente sería un impuesto de 36 dólares por tonelada de CO2 (Nordhaus, 2018: 358). En la vida cotidiana esto significaría que, por ejemplo, un litro de gasolina sería alrededor de 8 céntimos más caro, y que el impuesto aumentaría con el tiempo. Si este impuesto óptimo pudiera coordinarse a escala mundial, las emisiones se reducirían en un 80 por ciento de aquí a 2100, y el aumento de la temperatura global se reduciría de 4,1 a 3,5 °C.

3. la Política climática de la unión euroPea

El enfoque anterior puede aplicarse al entendimiento de la política climática de la Unión Europea. No cabe duda de que quiere ser considerada como el líder mundial de la acción climática2. Por eso prometió una reducción absoluta de las emisiones para 2030 mayor que la de cualquier otro país en las negociaciones sobre el clima celebradas en París en 20153.

Aunque sería interesante debatir las políticas existentes, quizá resulte más útil hablar de la próxima decisión de aumentar la ambición climática de la Unión Europea (UE). Urgida por la creciente alarma climática y las protestas abanderadas por los jóvenes, la Comisión Europea ha propuesto aumentar aún más la reducción prometida por la UE. Aun cuando los activistas afirman que no es suficiente, la promesa es ciertamente única en el ámbito de la política internacional. Lo que queda por discutir es si es una forma inteligente de ayudar al mundo.

Como ya se ha dicho, tenemos que darnos cuenta de que tenemos que afrontar tanto los costes de los daños del cambio climático como los de una política climática más exigente, ya que obliga a las economías a utilizar fuentes de energía cada vez más costosas y menos fiables. La última revisión del Grupo de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Clima de 128 políticas climáticas revela que todas tienen costes reales (Clarke et al., 2014). Estos van desde los costes muy bajos asociados a las políticas menos restrictivas y a los modelos más optimistas, hasta los costes superiores al 14 por ciento del PIB mundial a lo largo del siglo (Clarke et al., 2014: 450). El informe concluye que, en todo el mundo, las políticas climáticas más eficaces para alcanzar el objetivo de los 2 °C de aumento de la temperatura global4 reducirían el PIB previsible para 2030 entre el 1 por ciento y el 4 por ciento, y el previsible para 2100 entre el 3 por ciento y el 11 por ciento (Clarke et al., 2014: 449).

La UE ha debatido poco o nada sobre si es sensata su decisión de comprometerse a reducir más las emisiones en 2030, desde un 40 a un 55 por ciento. Si se cumpliera, la UE habría comenzado a reducir más las emisiones en 2021, alcanzaría una reducción adicional máxima en 2030 y aún reduciría las emisiones un poco más en 2049. A lo largo de estas tres décadas, la nueva promesa de la UE reduciría las emisiones en un total de 12.700 millones de toneladas de CO2 equivalentes. Si se introduce esta cifra en uno de los modelos climáticos estándar de la ONU, implicaría una reducción de la temperatura global a finales de este siglo de unos inconmensurables 0,0057 °C. Dado que la temperatura habrá seguido aumentando, el resultado de la política climática de la UE equivale a posponer el calentamiento global ocho semanas en 2100. La temperatura que el mundo habría alcanzado el 1 de enero de 2100 se alcanzaría el 26 de febrero de ese mismo año.

Además, gran parte de esta reducción de las emisiones es probablemente ficticia, ya que cerca de dos tercios de las emisiones de CO2 seguirán produciéndose, pero se trasladarán fuera de la UE (Yu y Clora, 2020); esto es, una “fuga” de carbono, lo que significa que la reducción real de la temperatura será de 0,002 °C, posponiendo el calentamiento global en solo tres semanas.

Hay que reconocer que la UE siempre ha hecho estimaciones de los costes de sus políticas climáticas. Lamentablemente, se ha tratado invariablemente de estimaciones significativamente a la baja. Hizo que una consultora estimase su política climática prevista hasta 2020 en el 0,5 por ciento del PIB (Böhringer, Rutherford y Tol, 2009). El Foro de Modelización Energética de Stanford se considera el patrón-oro de la economía del clima porque está revisado por pares y se sirve de muchos de los modelos más importantes del mundo, en lugar de basarse en uno especialmente optimista. Su estudio sobre los objetivos de la UE para 2020 reveló que el coste medio óptimo era del 1,03 por ciento del PIB, pero como la implementación prevista era ineficiente, al no incluir un mercado único del carbono, el coste medio real acabó siendo incluso mayor, del 2,19 por ciento del PIB (Böhringer, Rutherford y Tol, 2009). Por tanto, la UE subestimó el coste unas cuatro veces.

Lo mismo ocurrió con la anterior promesa de la UE del 40 por ciento de reducción en 2030. En 2015, la UE usó un modelo respetado, pero muy optimista, y descubrió que el coste podría ser de alrededor del 0,3 por ciento del PIB (European Commission, 2015: 100)5. También se utilizó un modelo de consultoría que incluso mostraba beneficios para la UE, aparentemente porque suponía una economía que no funcionaba a toda velocidad y que se beneficiaría de las inversiones adicionales. Por supuesto, esto sería cierto para cualquier otra inversión potencial, desde la sanidad hasta la educación, y, por tanto, no está específicamente asociado a la política climática. Este hallazgo de beneficios tampoco es consistente con los resultados de 128 modelos usados por la ONU, ninguno de los cuales muestra beneficios netos. De hecho, en gran parte de sus descripciones, la UE también parece ignorar ese resultado inverosímil.

Pero, una vez más, el Foro de Modelización Energética de Stanford evaluó las políticas climáticas de la UE sirviéndose de seis modelos internacionales. Uno de ellos coincidía con una reducción del 41 por ciento en 2030. Incluyó, entre ellos, el modelo de la UE, el segundo menos costoso, y descubrió que el coste medio era del 0,91 por ciento del PIB, es decir, el triple de la estimación de la UE (Knopf et al., 2013).

Para el renovado compromiso de un 55 por ciento de reducción de emisiones, la UE ha vuelto a utilizar el modelo optimista, estimando un coste adicional del 0,39 por ciento del PIB. También incluye el modelo de la consultora, que arroja de nuevo un pequeño beneficio, y un modelo interno de la UE, que muestra un coste del 0,29 por ciento (European Commission, 2020: 75). Aunque actualmente no hay ninguna estimación académica que aclare la situación, parece probable que el coste real sea nuevamente entre tres y cuatro veces mayor. Por tanto, el coste adicional probable para el año 2030 estará entre los optimistas 80.000 millones de euros de la UE y los más realistas 200.000 millones de euros.

Si asumimos que los costes aumentan a medida que se reducen más las emisiones, la pérdida total en las próximas tres décadas para las economías de la UE por las políticas climáticas adicionales se moverá entre los 1,2 y los 3 billones de euros. A modo de comparación, la UE estimó la pérdida económica de la pandemia de COVID-19 en un 8,3 por ciento en 2020, es decir, 1,4 billones de euros6. La Comisión y los Estados miembros también acordaron un fondo de recuperación de 750.000 millones de euros.

Por tanto, es probable que el coste total de la crisis pandémica y del paquete de recuperación sea menor que el coste adicional de la reforzada política climática de la UE. Esta política hará que cada ciudadano se empobrezca en una cantidad que oscila entre 2.300 y 6.000 euros, contribuyendo a posponer el cambio climático a finales de siglo en una centésima de segundo.

Estimado según nueve perfiles de daños y según los cinco escenarios socioeconómicos de futuro que considera la ONU, el daño medio de una tonelada de CO2 en 20 años es de 30 euros (Yang et al., 2018)7. Esto significa que la UE aportará al mundo un beneficio climático por valor de unos 380.000 millones de euros. Gastar para ello entre 1,2 y 3 billones de euros lo convierte, obviamente, en un mal negocio.

4. la innovación eS la clave

Aunque la normativa de la UE promete reducir las emisiones, es probable que la promesa de reducción del 55 por ciento suponga unos costes adicionales muy superiores a sus beneficios adicionales. Del mismo modo, la propuesta general de un impuesto de CO2 mundial y uniforme de la que se ha hablado anteriormente solo es posible en un mundo mágico. En la práctica, los distintos Estados introducirán sus propios impuestos, o ya lo han hecho. Algunos de estos impuestos son demasiado altos, otros demasiado bajos. Por tanto, es probable que los costes de esta medida sean mayores en la realidad. Sigue siendo correcto que un impuesto moderado sobre el carbono puede ser una buena idea para la reducción de las emisiones, pero la ineficiencia global de unos desiguales impuestos sobre el carbono implica que el impuesto óptimo debería ser más bajo. Además, ni un impuesto realista sobre el carbono ni la mayoría de las promesas políticas contribuirán sustancialmente a solucionar el cambio climático. Lo más importante es la innovación.

Desde el siglo XVIII hasta mediados del XIX, el aceite de ballena abastecía de luz al mundo occidental. En su apogeo, la caza de ballenas proporcionaba el sustento a 70.000 personas solo en Estados Unidos y era la quinta industria del país. Sin embargo, aunque sacrificamos innumerables ballenas para tener una fuente de luz buena y segura, no las erradicamos. ¿Por qué? Porque descubrimos tecnologías alternativas. El petróleo sustituyó al aceite de ballena, y luego fue sustituido por la electricidad.

A lo largo de la historia hemos subestimado repetidamente nuestra capacidad de innovación. Al crear innovaciones y descubrir soluciones tecnológicas baratas, resolvemos grandes retos y creamos beneficios para todos. Tenemos que aplicar este conocimiento al problema del cambio climático. En la actualidad, los combustibles fósiles proporcionan energía barata y fiable, mientras que las tecnologías alternativas son todavía demasiado inmaduras y caras. Deberíamos centrarnos mucho más en descubrir alternativas mejores y más baratas.

La energía solar y la eólica aún no son la respuesta. A pesar del apoyo político y de los billones en subvenciones, solo cubren un poco más del 1 por ciento de las necesidades energéticas mundiales. Para reducir significativamente nuestras emisiones de combustibles fósiles, necesitamos innovación.

En 2009, el Copenhagen Consensus Center, think tank que presido, reunió a 40 destacados economistas del medio ambiente y a tres premios Nobel para averiguar qué medidas podrían ser más eficaces para combatir el calentamiento global. Los expertos llegaron a la conclusión de que invertir en la investigación de tecnologías verdes es, con mucho, la mejor manera de actuar (Stokey et al., 2010). Cada euro gastado eficazmente en esta investigación podría ahorrar unos once euros en el coste del cambio climático. Sin embargo, aunque nosotros y otros hemos auspiciado desde entonces más inversiones en este ámbito, apenas han aumentado. De cada cien euros de PIB, los países industrializados gastan menos de tres céntimos en investigación sobre energías verdes (Lomborg, 2020: 172-173); en cambio, aumentan el gasto en subvenciones a las ineficientes energías solar y eólica.

Las inversiones adicionales podrían utilizarse, por ejemplo, para investigar sobre el almacenamiento de energía vinculado a energías eólica y solar más baratas, sobre la energía nuclear o incluso sobre la extracción de CO2 de la atmósfera. Estas tecnologías ya existen, pero aún son demasiado caras para reducir de forma significativa nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Esto podría cambiar si dedicásemos más fondos a la investigación. Todavía podrían desarrollarse otras tecnologías. Intentar predecir la innovación es una tontería; de ahí que, en lugar de concentrar nuestros recursos en unas pocas ideas prometedoras, deberíamos explorar muchos enfoques diferentes.

5. adaPtación al cambio climático

Sin embargo, incluso con las nuevas tecnologías respetuosas con el clima, la temperatura aumentará. Tenemos que adaptarnos a ello. Afortunadamente, la humanidad tiene un impresionante historial de adaptación a diferentes condiciones climáticas. La gente vive tanto en el frío glacial de Siberia como en el ardiente desierto del Sahel, en la sequedad del desierto de Atacama como en el lluvioso estado indio de Meghalaya. Si la temperatura sube, la gente se adapta, por ejemplo, utilizando más hogares el aire acondicionado o apagando la calefacción. La economía también se adapta. Durante mucho tiempo, los agricultores han cambiado sus cultivos en función del clima.

Ahora bien, no todos los ajustes necesarios son posibles sin el apoyo estatal. En la agricultura, por ejemplo, los ajustes son más fáciles cuando la gente está mejor educada, posee más recursos económicos (y puede permitirse un tractor, por ejemplo) y tiene mejor acceso a la información agrícola.

Una consecuencia del calentamiento global que se cita a menudo es la subida del nivel del mar. Ya sabemos cómo afrontarlo. En los últimos 150 años el nivel del mar ya ha subido unos 30 centímetros. La razón por la que casi nadie lo ha percibido como un cambio significativo es que nos hemos adaptado a él. Las medidas de adaptación implican una inversión que merece la pena: un estudio de 2019 constató que un dólar destinado a la construcción de presas ahorraba una media de 40 dólares en daños, pudiendo llegar, según la técnica utilizada, a 111 dólares (Markanday, Galarraga y Markandya, 2019). Lo mismo ocurre con la protección contra los ciclones.

También hay soluciones sencillas, pero eficaces para las crecientes olas de calor. En las ciudades, la temperatura suele alcanzar valores más altos que en las zonas rurales, sobre todo, por los materiales de construcción oscuros de las carreteras y los edificios, así como también por la escasez de espacios verdes. En Los Ángeles se ha reducido la temperatura de las aceras en casi 6 °C cubriendo las superficies oscuras de asfalto con una capa gris refrescante8.

6. la geoingeniería como oPción alternativa

Además de la adaptación, hay otra forma eficaz de limitar los efectos negativos de las emisiones de gases de efecto invernadero: la geoingeniería, es decir, el control consciente de la temperatura global.

En junio de 1991 el volcán Pinatubo entró en erupción en Filipinas. La enorme erupción mató a cientos de personas y desplazó a cientos de miles. Además de la devastación, la erupción también afectó al clima. Emitió tanto dióxido de azufre a la estratosfera que, por un tiempo, llegó a la tierra un 2,5 por ciento menos de luz solar. Esta disminución provocó un descenso de la temperatura en todo el planeta de unos 0,5 °C de media durante los 18 meses siguientes.

A medida que crecía la preocupación por el calentamiento global, los investigadores empezaron a estudiar si ese efecto podía imitarse sin los estragos de una erupción volcánica. En efecto, esto podría lograrse diseminando pequeñas partículas, como el dióxido de azufre, en la capa superior de la atmósfera. Estas partículas reflejarían parte de la luz solar.

Una opción de geoingeniería muy barata y eficaz es el llamado “blanqueo de nubes marinas”. La idea es aumentar la concentración de partículas de sal marina en el aire sobre los océanos, lo que haría que las nubes fueran más blancas y reflejasen más la luz solar.

Mucha gente critica estas ideas y la mayoría de los ecologistas las rechazan con vehemencia. Ese escepticismo es comprensible. El clima es un sistema muy complejo, del que todavía no entendemos gran parte. ¿Quién nos asegura que esos intentos de geoingeniería no provocarían daños imprevistos?

No aconsejo que usemos hoy la geoingeniería. Pero sí merece la pena investigar sobre ese tipo de planteamientos, precisamente porque no sabemos tanto sobre el clima. Quienes defienden reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero suelen señalar la posibilidad de “puntos de inflexión” que, si se alcanzan, harían imposible evitar una catástrofe.

La geoingeniería es el único instrumento conocido que puede reducir las temperaturas de la Tierra en un corto periodo de tiempo. Evidentemente, hay riesgos. Por eso es aún más necesario investigar ahora, para saber si unas u otras tecnologías funcionan. Si nos enfrentamos a una catástrofe, nos alegraremos de tener una opción alternativa.

7. infraeStimamoS la Seguridad climática derivada del deSarrollo económico

Los impuestos sobre el CO2, las innovaciones, las medidas de adaptación y la geoingeniería constituyen un potente paquete en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, otra medida extraordinariamente eficaz recibe poca atención en el debate público: el desarrollo económico.

La importancia de la prosperidad para las políticas climáticas queda clara cuando consideramos dos países situados en deltas fluviales: los Países Bajos y Bangladesh. Los Países Bajos sufrieron devastadoras inundaciones en 1953. Más de 1.800 personas fallecieron tras la rotura de los diques en varias provincias. En respuesta, el país comenzó a construir un amplio sistema de protección de presas y barreras. Costó un total de 11.000 millones de dólares. Desde aquel año, los Países Bajos solo han registrado una muerte debida a inundaciones. En cambio, los ríos siguen desbordándose regularmente en Bangladesh. En 2019, una inundación expulsó a 200.000 personas de sus hogares y amenazó la seguridad del suministro.

Es evidente que los países ricos pueden dedicar más dinero a protegerse contra el cambio climático que los países pobres. Pero no se trata solo de eso: cuando los Estados se hacen más ricos, también pueden permitirse suprimir las subvenciones a los combustibles fósiles e imponer impuestos a las emisiones. Disponen, además, de recursos para la investigación en tecnologías con menos emisiones y para apoyarlas.

El objetivo de toda medida de política climática es hacer que el mundo sea mejor de lo que sería de otro modo. Se trata de que tanto la gente como el medio ambiente estén mejor. Por eso nos planteamos establecer impuestos sobre el CO2 y buscamos alternativas verdes a los combustibles fósiles. Pero es inevitable que esas medidas consuman recursos que podrían invertirse en otros modos de conseguir hacer la vida de la gente más sana, más larga y mejor. Si invertimos parte de esos recursos en desarrollo económico y en capital humano, la gente no solo estará mejor en muchos otros aspectos, sino que también podrá permitirse fuentes de energía verde y adaptarse al cambio climático. Además, los países ricos pueden permitirse más fácilmente cuidar del medio ambiente. Los Países Bajos están plantando bosques, mientras que Bangladesh sigue talándolos.

8. a la búSqueda de mejoreS PolíticaS climáticaS

El debate actual sobre el clima está permeado de un sentimiento de “fin del mundo” que no solo nos hace perder la esperanza, sino que también nos hace entrar en pánico y desviar grandes flujos de recursos a proyectos vanos que no consiguen atajar el cambio climático eficazmente. El compromiso europeo de reducción de emisiones del 55 por ciento para 2030 es una de esas formas ineficientes de gastar billones.

Y el mensaje general es, en su mayor parte, erróneo, asustando a niños y adultos por igual. El cambio climático es un problema en el sentido de que solo nos hará un 434 por ciento más ricos en 2100 que hoy, y no un 450 por ciento.

Claro que debemos seguir abordando el problema del cambio climático, pero también continuar recordando que hay muchos otros problemas, como la pobreza, la falta de atención sanitaria, de alimentos, de educación y de paz, que asimismo exigen nuestra atención. Podemos hacerlo mediante políticas climáticas inteligentes con impuestos sobre el CO2, innovación verde, adaptación e investigación en geoingeniería. Si gastamos de manera inteligente, también dispondremos de más recursos para asegurarnos de que podemos aumentar la prosperidad en todo el mundo de muchas otras formas, ayudando a los bangladesíes a convertirse en holandeses más acomodados. De este modo, aumentaría su capacidad de afrontar el cambio climático e implementar políticas climáticas inteligentes. Y les ayudaría decisivamente a hacer frente a todos sus otros retos, no solo arreglando el problema del cambio climático, sino arreglando el mundo.

bibliografía

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NOTAS

* Director del Copenhagen Consensus Center (https://www.copenhagenconsensus.com/).

** Artículo traducido del original inglés por Juan Carlos Rodríguez.

1 Títulos de libros publicados por David Wallace- Wellls, Elizabeth Kolbert y Jeff Nesbit.

2 State of the Union: Commission raises climate ambition and proposes 55% cut in emissions by 2030 (https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/ip_20_1599).

3 En comparación con 1990, la UE prometió recortar las emisiones desde unas 5,4 Gt de CO2 equivalentes, incluyendo cambios en el uso de la tierra y silvicultura (European Commission, 2017: 309), a unas 3,3Gt de CO2 equivalentes, es decir, una reducción del 40 por ciento. En comparación, el segundo recorte mayor correspondería a EE. UU., desde 5,7 Gt en 1990 (ClimateWatch, Historical GHG emissions. https://www.climatewatchdata.org/ghg-emissions) hasta 4,3 Gt, lo que se correspondería con un compromiso del 25 por ciento de reducción. Esto es, una reducción de 2,1Gt en el caso de la UE, y de 1,4Gt en el de EE. UU.

4 Es decir, una concentración de CO2 de 450 ppm (Fischetti, 2013).

5 Basado en GEM E3. El 0,3 por ciento es una media del intervalo de costes del -0,10 al -0,45 por ciento.

6 EU leaders strike ‘historic’ $2 trillion deal to rebuild Europe’s economy, CNN. https://edition.cnn. com/2020/07/21/economy/eu-stimulus-coronavirus/index.html

7 Al cambio actual, 31 dólares.

8 M. McPhate, California today: a plan to cool down L.A., New York Times, 7 de julio de 2017

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